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Vergonzosa sería la victoria del que saliese vivo de aquí, y más vergonzoso el término de quien aquí quedase muerto o herido. La poca vergüenza contestó Pedro Carvallo feroz y groseramente es la de esas viles palabras con que tratáis de disimular vuestra cobardía. Defendeos o mataros he como a un perro. Pedro Carvallo se abalanzó entonces con furia contra Morsamor.

Era un desarme completo; el enemigo no podía valerse de sus armas; entre tanto, al forastero le quedaba franca la daga para herir, pero no hirió. Idos dijo al otro ; puedo mataros, pero no quiero asustar á mi buena suerte tiñéndola de sangre la primera noche que entro en Madrid; envainad vuestros hierros y volvéos por donde habéis venido.

No querían, pues, mataros: no era la reina. Al contrario, la generosidad de ese hombre me confirma más en mis sospechas; la reina se horroriza de la sangre... como vuecencia; la reina, sin duda, ha querido decirme: aunque soy mujer, y me tenéis obligada al silencio, puedo en silencio mataros; tengo una valiente espada que me sirve.

MANRIQUE. ¡A mataros! ¿Y por qué? ¡Porque sois mi madre, y yo soy la causa de vuestra muerte! ¡Madre mía, perdón! AZUCENA. No temas. ¿A qué llorar por ?

Desdecíos, ó le escribo 225 Á don Alonso que venga Desde Flandes á matarosAquí su mano soberbia... Pero prosigan mis ojos Lo que no puede la lengua. 230 Déjame; que tantas veces Una afrenta se renueva, Cuantas el que la recibe Á el que la ignora la cuenta. Herrado traigo, María, 235 El rostro con cinco letras, Esclavo soy de la infamia, Cautivo soy de la afrenta.

¡Ah! aquel hombre, cuando le dejó la dama tapada en una callejuela solitaria, me detuvo hierro en mano. ¡Oh! exclamó el duque de Lerma ¿se trataba de mataros? Y la reina se había puesto por cebo; no tengo duda de ello. Además, aquel hombre había sido buscado á propósito; yo me jacto de ser buena espada; pues bien, aquel hombre me desarmó y me hizo gracia de la vida.

«¡Infelices! el odio va á mataros: «Sufris penoso y agitado sueño: «Abandonais el bien para amarraros «En el carro triunfal de vuestro dueño. «Inmenso es vuestro hogar, y en él hay sitio «Para el rico y el pobre y el anciano. «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano.

Os aconsejo que os vayáis dijo éste, acudiendo al reparo de los golpes que le tiraba el embozado , porque si no os vais, os va á suceder algo desagradable. ¡Hola! ¿se me os venís con estocadas? ¡perfectamente! pero es el caso que yo no quiero mataros, amigo mío. Echó fuera dos ó tres estocadas bajas, y aprovechando un descuido del contrario, le dió un cintarazo encima del sombrero.

Eso ha podido ser un tajo que se os hubiese entrado hasta los dientes dijo el joven pronunciando esta nota con una calma admirable. El otro redobló su ataque. Es el caso que yo no quiero mataros dijo el sobrino de su tío ; no por cierto: sería bautizar mi entrada en Madrid con sangre. ¡Ah! ¿os empeñáis? pues... allá voy, camarada...

¡Ah! ¡ah! dijo soltando una horrible carcajada el bufón ; ¿conque habré de mataros, hermano Quevedo, ya que se me os habéis puesto por medio? Y acometió hierro en mano á Quevedo. Hacéos, hacéos á la pared, doña Clara dijo Quevedo parando los primeros golpes del tío Manolillo ; las habemos con un gato garduño, tan ágil de pies como yo quisiera serlo; así, contra esa puerta, ahora no hay miedo.