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Apenaba más verla llorar, por la alegría revoltosa que siempre fue el distintivo de su carácter. Fernanda la acariciaba tiernamente y compartía sus lágrimas. Al cabo de un rato de silencio le preguntó: Pero ¿ le sigues queriendo? ¡, hija, ! exclamó con rabia. No lo puedo remediar. Cada vez estoy más ciega por él. ¡Vaya por Dios! Tu pobre padre estará también disgustadísimo.

Nieves se sobrecogió algo con las primeras arfadas, que llegaron a meter el carel debajo del agua revoltosa y espumante; pero la inalterable serenidad de Leto y aquella su honda y tenaz atención al aparejo, a la caña, a todo el organismo del barco y a su rumbo, y algunas miradas a ella de vivo y cariñoso interés, la tranquilizaron bien pronto, y hasta llegó a encontrar muy divertido aquel incesante cuneo, que la hacía el efecto de un columpio.

Por voto unánime de la milicia y del clero, representado dignamente por Fray Diego, se cometió a la novia el encargo de designar sitio a cada cual. La festiva y revoltosa Emilita, trasformada súbito en severísima matrona, llenó su cometido con tacto y amabilidad que le valieron el aplauso del concurso.

Y por la mañana me llevarás a misa... y después... después unas vueltas entre calles para lucir este cuerpecito... Daba saltos de alegría y batía las palmas la revoltosa niña, tanto por la perspectiva de aquella bienandanza como por ver a su hermana feliz; porque en el fondo no era mala, aunque Timoteo la apellidase casi todas las noches ingrata y orgullosa con el violín.

Al iniciarse la huelga, los ricos le habían hecho saber indirectamente la conveniencia de que saliese cuanto antes de la provincia de Cádiz. El, sólo él, era el responsable de lo que ocurría. Su presencia soliviantaba a la gente trabajadora, haciéndola tan audaz y revoltosa como en tiempos de La Mano Negra.

El insigne Santa Cruz, que se había enriquecido honradamente en el comercio de paños, figuraba con timidez en el antiguo partido progresista; mas no era socio de la revoltosa Tertulia, porque las inclinaciones antidinásticas de Olózaga y Prim le hacían muy poca gracia.

La colegiala, jóven de diez y siete á diez y ocho años, iba con sus padres y dos hermanitos. La niña en cuestion parecia una lela revoltosa. La educacion de los colegios es quizá el inconveniente más grave de la civilizacion de nuestros dias.

Luego, y por final de la carta, hablaba de su hija, de su Nieves. ¡Qué hermosísima estaba, cómo crecía de hora en hora, qué revoltosa era y qué gracia le hacía, sobre sus grandes ojos azules, aquel fruncir de entrecejo a cada repentina impresión que recibía, lo mismo de disgusto que de placer! Su pelo era rubio como el oro viejo, y el matiz de sus carnes el del más puro nácar, con unas veladuras de color de rosa en las mejillas, en los labios húmedos y en las ventanas de la nariz, que daba gloria verla. Saldría algo, pero algo muy singular, de aquella miniaturita de mujer.

Los porteros, con aire de viejos gendarmes, formaban en masa heroicamente para rechazar con sus pechos, sus panzas y sus puños la farándula revoltosa que pretendía introducirse en el solemne palacio.

Se puso ella un lindo traje de amazona y montó en su caballo favorito, una jaca viva y revoltosa de miembros finos y ojo ardiente. ¡Oh, qué gozoso espectáculo ver a aquella apuesta joven brincar sobre ella, revolverla, agitarla, lanzarla, contenerla, ponerla furiosa y calmarla a su talante!