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Maximiliano no iba nunca a las francachelas de su amigo, aunque este le convidaba siempre. Pero se informaba de la salud de Feliciana, como si fuera una señora, y Olmedo también tomaba esto en serio, diciendo: «La tengo un poquillo delicada.

Consistía este experimento en abrir por medio del fuego un boquete en la madera. Doña Feliciana saltó con presteza del lecho, y de una esquina del cuarto tomó una asta o varilla de palo a cuyo extremo adaptó un puntiagudo rejoncillo de hierro. Era ésta el arma con que acostumbraban salir al campo todos los hacendados. Así prevenida, nuestra heroína se colocó en acecho tras la puerta.

Ana, Feliciana y Micaela de Andrade, tres hermanas muy aplaudidas como actrices y cantatrices, apellidadas las tres gracias por sus admiradores.

D. Marcelino se empeñó en que se apeasen para descansar un poco y tomar algún refresco, pero el señor conde se negó completamente, y D.ª Feliciana entonces salió con una bandeja de dulces y unas copas de Jerez á la calle. El señor conde no quiso probar nada: la señora condesa tomó una rosquilla de Santa Clara, y pidió después un vaso de agua.

Tu madre quería verte casado con una señora; tu abuela asegura que el mejor día vendrás a verla en carruaje de dos caballos, con una señorita de gorro alto... Deja a Feliciana; deja a la pobre que llore y se pudra de pena.

Sin darse cuenta de lo que hacía, una de sus manos soltó las de la muchacha, deslizándose instintivamente por su talle. Feliciana fijó en él sus ojos húmedos, negros como dos gotas de tinta, que reflejaban el lejano foco de sol. La presión de aquel brazo en su talle parecía doblarla, vencerla. Se miraron, sin osar decirse nada, asustados de su atrevimiento, de esta rápida aproximación.

«Bien puedes abrigarte» indicó Feliciana a su amiga; y Rubín vio el cielo abierto, porque pudo decir en tono de sentencia filosófica: , está la noche fresquecita. Llévate el llavín... añadió Feliciana . Ya sabes que el sereno se llama Paco. Suele estar en la taberna. La otra no desplegaba sus labios. Parecía que estaba de muy mal humor.

Que Octavio ha dejado pasar el trece que le faltaba sin dar el alto. Pues ahora ya no tiene derecho exclamó precipitadamente y lanzando miradas ansiosas al plato D.ª Faustina. ¿Y por qué no la ha de tener, si estaba distraído? repuso D.ª Feliciana. Pues por lo mismo; el juego es juego y se ha de atender á él con formalidad. No se apure usted tanto, señora, que no es puñalada de pícaro.

Hace sus saliditas, ojo al Cristo, para lo cual Feliciana le presta su ropa. No te creas; es una chica muy buena. ¡Tiene un ángel...!

Últimamente vivía con una tal Feliciana, graciosa y muy corrida, dándose importancia con ello, como si el entretener mujeres fuese una carrera en que había que matricularse para ganar título de hombre hecho y derecho. Dábale él lo poco que tenía, y ella afanaba por su lado para ir viviendo, un día con estrecheces, otro con rumbo y siempre con la mayor despreocupación.