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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Estaban solos; pero a pesar de esto, el bebé hablaba con su voz atiplada de máscara, fijando, a través de los agujeros del antifaz, sus ojos negros y profundos en los de Isidro. Yo no soy Feliciana, pero soy su mejor amiga.
Maltrana reía de la candidez de la muchacha. Aquella infeliz se imaginaba su existencia como una carrera de abundancias y triunfos. Su credulidad resultaba una ironía cruel. Pero muchacha dijo , tú has bebido. Tú estás chispa, Feliciana. ¡Y dale con Feliciana! repuso ella con tono irritado . Ya te he dicho que no lo soy.
Aquella noche doña Feliciana echó sus cuentas y resolvió que, apenas amaneciese Dios, debía depositar su dinero y alhajas en casa de un comerciante de proverbial honradez. Pero sus celosas cavilaciones por un lado, y por otro sus cálculos rentísticos, la quitaron el sueño, y en ello tuvo no poca ventura.
Olmedo no podía aguantar más la horrible desazón, el asco y el vértigo que sentía; pero continuaba con el cigarro en la boca haciendo que tiraba de él, pero sin chupar cosa mayor. Feliciana, por su parte, había empezado a campar por sus respetos. Lo dicho, la honradez y el amor eran cosas muy buenas; pero no daban de comer. El calavera de oficio no se permitió aquella noche ninguna barrabasada.
Feliciana, presa de la desesperación, quiere también perder la vida, y sólo desiste de su propósito cediendo á las súplicas de sus doncellas. Felizmente se averigua entonces que Aquilano es un príncipe de Hungría, y de esta manera desaparece el obstáculo capital, que se oponía á su enlace.
Feliciana hizo el mismo gesto de espanto que si despertase de súbito completamente desnuda a la vista de los hombres. Se arrancó del brazo de Maltrana y corrió hacia un árbol inmediato, apoyando en él los codos, ocultando la cara entre las manos. No quería que la viese Isidro. Tenía miedo de mirarle. Ahora lloraba de veras, y gemía entre suspiros: ¡Qué vergüenza, Señor!... ¡qué vergüenza!
Pues el mismo Jesucristo ¿no escogió por discípulos a unos infelices pescadores, hombres rudos que no conocían ninguna letra, y a mujeres de mala vida? Ved aquí por dónde doña Nieves y las placeras sus amigas, Feliciana y la parroquiana de San Juan de Dios, el camarero, el pianista fueron escogidos para que Juan Pablo sembrara en ellos la primera simiente de aquel Evangelio al natural.
Había vuelto a cogerla por las manos, y se las apretaba sin saber qué decir, repitiendo lo mismo: ¡Feliciana... Feliciana! Hombre, ¡déjala en paz! Ya te he dicho que no soy Feliciana. ¿A qué repetir su nombre? ¡Para lo que te fijas en ella cuando la ves! Nunca la has mirado los ojos; nunca has visto en ella nada de extraordinario. Tú te crías para cosas mejores.
CELIO. Bien escalaron los dos Las puntas de aquellos cerros. JULIO. Son famosos. CELIO. Florisel Es deste campo la flor. D. TELL. No lo hace mal Canamor. JULIO. Es un famoso lebrel. CELIO. Ya mi señora y tu hermana Te han sentido. Sale FELICIANA. D. TELL. ¡Qué cuidados De amor, y qué bien pagados De mis ojos, Feliciana! ¡Tantos desvelos por vos!
Doña Nieves, bien digerido el café, tomaba chocolate, y acompañábanla Juan Pablo, Feijoo, el pianista ciego, Feliciana, Olmedo y algún otro. El mozo mismo, que había llegado a familiarizarse con aquella sociedad, se agregaba también, tomando asiento a un extremo del corro para escuchar y aplaudir.
Palabra del Dia
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