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Actualizado: 4 de junio de 2025


La imagen de Feliciana, de la dulce Feli, como él la llamaba, pareció surgir ante sus ojos entre las nubes de humo azul. Aún duraba en él la impresión de sorpresa y de orgullo que le produjeron las palabras de la muchacha cuatro días antes.

¿Me lo concederás, hermosa? No. ¿Por qué? Porque es una suciedad... Apunta ese cuarenta y nueve. Todo es límpido y bello tratándose de ti. ¿Te figuras que soy cuerpo santo? Espera, espera un poco dijo mirando para los cartones de Octavio; has dejado pasar el trece sin dar el alto. ¿Qué es eso? ¿qué es eso? preguntó doña Feliciana introduciéndose en la conversación.

¿Dónde? En su casa. Es largo de contar... dejémoslo para otra noche. Era sin duda cosa delicada para dicha delante de testigos, y estos eran: Olmedo con Feliciana, el pianista ciego, que en los descansos solía agregarse a aquella plácida tertulia, y una señora jamona, fiel parroquiana del café de nueve a doce.

Pero sábelo, bandido, canallita, golfo presumido, sosaina: Feliciana tiene la desgracia de haberse chalao por ti; Feliciana te quiere; pero es mujer, y calla, y se le corrompe la sangre al ver que este burro, o no lo conoce, o es un ladrón que se divierte fingiendo que no se entera. Detrás de la careta sonó un suspiro.

Es traidor Todo hombre que no respeta A su rey, y que habla mal De su persona en ausencia. Da, Tello, a Elvira la mano, Para que pagues la ofensa Con ser su esposo; y después Que te corten la cabeza, Podrá casarse con Sancho, Con la mitad de tu hacienda En dote. Y vos, Feliciana, Seréis dama de la Reina, En tanto que os doy marido Conforme a vuestra nobleza. NU

A la pena producida por la muerte de su hijo mayor, sucedió pronto la de su esposa, que falleció después de dar á luz otra hija llamada Feliciana. Ambas desgracias afligieron profundamente el espíritu de Lope. Ya antes de la última se inclinaba visiblemente á buscar los consuelos de la religión, y luego se consagró á ella por completo.

Y , golfito serio, con toda tu sabiduría, eres tan incapaz de adivinar, tan ciego... que no sabes distinguir entre Feliciana o las cachuelas de conejo a que te convida su padre. Maltrana era ahora el que se sentía turbado, no sabiendo qué contestar. Su timidez encogíase ante la audacia con que se expresaba la mascarita.

Noble, ilustrísimo Tello, Y , hermosa Feliciana, Señores de aquesta tierra, Que os ama por tantas causas, Dad vuestros pies generosos A Sancho, Sancho el que guarda Vuestros ganados y huerta, Oficio humilde en tal casa. Pero en Galicia, señores, Es la gente tan hidalga, Que sólo en servir al rico El que es pobre no le iguala.

¡No me conoces!... gritaban los golfos de abultadas amenidades, tirándole del bigote, abofeteándole con un entusiasmo que enrojecía sus mejillas. ¡No me conoces!... gritaba un bebé de color de rosa, en el que Maltrana fijó su atención. ¿Pues no te he de conocer, criatura? exclamó el joven . eres Feliciana. No hay en todo el barrio otras manos como las tuyas.

El marido de doña Feliciana hacía tres años que había ido a Ica a establecer una sucursal de la casa de Lima, quedándose la señora al frente de múltiples operaciones comerciales; y como si Dios se complaciera en echar su bendición sobre la trabajadora limeña, en cuanto negocio ponía mano encontraba una ganancia loca.

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