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Actualizado: 4 de junio de 2025
Puso Feliciana sobre la luz una pantalla de figurines vestidos con pegotes de trapo, y después se echó con indolencia en la butaca, abrigándose con su mantón alfombrado. «Fortunata gritó llamando a su amiga, que daba vueltas por toda la casa como si buscara alguna cosa . ¿Qué se te ha perdido?». Chica, mi toquilla azul. ¿Vas a salir ya? Sí: ¿qué hora es?
Asaltáronle pensamientos tristes, y sintió ganas de llorar. Apenas durmió aquella noche, y por la mañana hizo propósito de ir al hotel de Feliciana en cuanto saliera de clase. Hízolo como lo pensó, y aquel día pudo vencer un poco su timidez.
Al atravesar la calle de Santa Feliciana, Fortunata creyó ver... juraría... Le corrió una exhalación fría por todo el cuerpo. Pero no se atrevía a mirar para atrás con objeto de cerciorarse. Probablemente no era más que delirio y azoramiento de su alma, motivados por las mil andróminas que le había contado Mauricia. Llegaron, y como todo estaba preparado para pernoctar, nada echaron de menos.
Vaya, vaya, callen los novios y empiece ya á cantar manifestó D.ª Feliciana. Vamos allá. Paco empezó á remover con mucha prisa y donaire la bolsa. Las bolas de madera de boj que había dentro produjeron un ruido desagradable. Octavio acercó la boca al oído de Carmen y le dijo suavemente en voz muy baja: ¿Te has acordado de mí hoy?
Feliciana había salido a abrir con el quinqué en la mano, porque lo llevaba para la sala, y a la luz vivísima del petróleo sin pantalla, encaró Maximiliano con la más extraordinaria hermosura que hasta entonces habían visto sus ojos. Ella le miró a él como a una cosa rara, y él a ella como a sobrenatural aparición.
Y las frases incisivas y groseras volaban de boca en boca, mientras el jugador, como un notable comediante, seguía parodiando la escena breve en la cual aquella D.ª Feliciana que ahora reía con tanto gozo, había salido á la calle toda sofocada con una bandeja de confites, prodigando á la condesa las más extremadas y serviles lisonjas.
Para el jugador, D.ª Feliciana era un ser despreciable, como todos los de la creación, pero que le comprendía, alcanzando el valor de sus frases. En muchas ocasiones, pues, y cuando se enredaba en los pliegues de un humorismo harto sutil, Paco se veía en la necesidad de hablar sólo para doña Feliciana.
Ni una duda ni un remordimiento sintió la joven: huyó sin que dijeran nada a su alma los lugares en donde había transcurrido su vida. Sólo pensó en no hacer esperar a Isidro, que la aguardaba en la glorieta de Bilbao. A las once entraron en la plazuela del Rastro. Feliciana apenas conocía esta parte de Madrid.
Si lo fuese, te diría cuatro frescas, y con motivo; ¡orgulloso! ¡pelambre! ¡golfo con pretensiones!... Pero no te enfades. Te digo esto porque llevo la careta puesta, y porque antes nos han hecho beber un poquito allá arriba. ¡Pobre Feliciana! ¡Pobres mujeres!... Los hombres habéis arreglado las cosas de tal modo, que nosotras tenemos que callarnos y reventar de pena si es que no nos adivinan.
Á mí me contó Dolores, la doncella que dejaron aquí apuntó D.ª Feliciana, que recién casado con Laura la obligaba á sentarse en una mecedora y él se sentaba frente á ella en otra, y pasaba horas enteras meciéndose, sin quitarla ojo. ¡Estaría divertido, como hay Dios!... Pero eso también lo hacía D. Marcelino con usted. ¡Ya lo creo!
Palabra del Dia
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