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Actualizado: 4 de junio de 2025


Sale ELVIRA, huyendo de DON TELLO, y FELICIANA, deteniéndole. Sale por una parte y entra por otra. ELVIRA. ¡Favor, cielo soberano, Pues en la tierra no espero Remedio! Vase. D. TELL. ¡Matarla quiero! FELIC. ¡Detén la furiosa mano! D. TELL. ¡Mira que te he de perder El respeto, Feliciana! FELIC. Merezca, por ser tu hermana, Lo que no por ser mujer.

¡Alto! ¡alto! ¡alto! exclamó atropellándose una señora que tenía una verruga en la nariz y gastaba sortijas de pelo en las sienes. Ya principia D.ª Faustina exclamó D.ª Feliciana con mal humor. ¡Bendito sea Dios, señora, qué suerte tiene usted!

Lo que se repartía cuando fuimos era un sol magnífico capaz de derretir las piedras. ¿De manera que usted cree que yo no debo ir á la Segada? Paco Ruiz dijo estas palabras con gravedad cómica. D.ª Feliciana y Carmen rieron. ¡Siempre ha de ser usted el mismo! repuso D. Marcelino un poco amoscado levantando la tabla del mostrador para entrar.

Toda aquella tarde dominaron en el espíritu de la joven las ideas optimistas, porque él se dejó decir algo de su herencia, de tierras e hipotecas en Molina de Aragón, asegurando que sus viñas podían darle tanto más cuanto. Por la noche avisaron para que les trajeran café, y vino el mozo de la Paz con él. Olmedo y Feliciana entraron de tertulia.

Para D.ª Feliciana, encerrada noche y día detrás del mostrador y ocupando todas las horas de su existencia en ir levantando poco á poco y ochavo á ochavo la fortuna de su marido, Paco Ruiz, con sus dichos picarescos, á los cuales daba realce la constante gravedad de su fisonomía, representaba el teatro, el baile, las joyas, los vestidos; todo lo que constituye el recreo y á menudo la felicidad de una mujer.

El se marchaba a las Carolinas, huyendo de aquella lobreguez maloliente que le trastornaba el estómago. Iba en busca de su amigo el Mosco y de su hija Feliciana, que tenía para guisar la cachuela unas manos de virgen, dignas de mil besos; las únicas del barrio que ofrecían cierta limpieza. Ya volvería otra vez, para ver a la abuela.

Todo ha sido una broma. Confiesa, Isidro, que he sabido marearte, y olvida esas tonterías. Feliciana dijo el joven gravemente , no llores. Broma o realidad, bendigo tu valor que te ha permitido decirme tales cosas. Tienes razón: soy un tonto; pero orgulloso, nunca. El ciego ya ve; el distraído se fija.

Feliciana acogió con agrado esta prudente resolución, y envolvió en su pañuelo la pequeña fortuna, apretándola entre ambas manos con un mohín de mujer hacendosa dispuesta a defender el dinero. Después avanzaron los dos cuesta abajo, en el infernal estrépito del Rastro.

El jugador se hizo todavía un poco de rogar; pero al fin, cediendo á las instancias reiteradas del concurso, dejó la bolsa sobre la mesa y dijo á D.ª Feliciana: Pues bien, ofrézcame usted las rosquillas. D.ª Feliciana se levantó con la sonrisa en los labios, tomó el plato de los cuartos y se fué hacia él en ademán humilde y presentándoselo.

Maltrana uniose a ellos, y el benéfico influjo del calor pareció despertar su voluntad. ¿Qué hacía allí? Pensó con remordimiento en Feliciana, que temblaría de frío en su casucha, mientras él se calentaba en el público brasero. Aquellos vagabundos sin familia y sin afectos eran superiores a él; podían luchar más bravamente con la desgracia.

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