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Las familias principales acostumbraban á llamar á sus casas actores, y hacerlos representar en su presencia entremeses ó comedias . Estas costumbres se observaban hasta en los conventos, cuya sacristía se transformaba entonces en teatro, y fué defendida, á pesar de las censuras del Consejo de Castilla, por ese mismo arzobispo Villarroel, antes citado.

Pero ambas amigas acostumbraban, como suele decirse, llevarse las llaves del parque, porque justamente a la puesta del sol era cuando Lucía lo encontraba más hermoso, en aquella melancólica estación otoñal. Bajos ya y moribundos los rayos solares, caían casi horizontalmente sobre los pradillos de hierba, inflamándolos en tonos ardientes como de oro en fusión.

Desde niñas se acostumbraban a mirar como temporada de excepcional placer la que se pasaba con la tía, en medio de lo mejorcito de la capital. Algunos padres timoratos oponían algunos argumentos de aquella moralidad privada que no preocupaba al Marqués, pero al fin la vanidad triunfaba y siempre tenía su sobrina en ferias la señora marquesa de Vegallana.

Una sensación fresca le despertó de aquella pesadilla, que le hacía caminar como un sonámbulo aterrado. Estaba en las Alamedas de Serranos, y marchaba con la cabeza inclinada, los brazos a la espalda: la misma expresión de los tipos casi lúgubres que acostumbraban a pasear allí.

Es castellano de nacimiento y toda la villa le había visto llegar de su país con una mano atrás y otra adelante, como acostumbraban á decir los particulares de Vegalora á la hora de la murmuración.

En esta idea me confirmó el ser una de las condiciones de esta oracion, el que la postura del cuerpo fuese mirando á la Meca y que cabalmente este nicho tiene su direccion al oriente, y así mismo el que, apesar de no ser obligacion segun la ley el ir á la mezquita, la mayor parte acostumbraban á verificarlo, por lo que no es regular que los reyes dejasen de cumplir estrictamente con este requisito . Para el que esté instruido en los arcanos de la antigüedad, esta asercion no puede ofrecer duda ninguna, mucho menos si fija la vista en la lámina que se encuentra á seguida de la página 172 tomo 1.º de los Condes de Barcelona vindicados, obra escrita por el Sr.

Julián penetró en él con el alma en un puño. Cruzó rápidamente el helado zaguán, la cavernosa cocina, y, atravesando los salones solitarios, se apresuró a refugiarse en la habitación de Nucha, donde acostumbraban servirle el chocolate por orden de la señorita. Encontró a ésta algo más desemblantada que de costumbre.

El azar hizo que una señorita de aquella ciudad, que pertenecía a una noble familia, se fijase en él y que, sin darse cuenta de su inclinación, se acostumbraban de tal modo a él, que no podía pasar sin verle. Bien pronto sintió que aquella inclinación era amor, pero era tarde para poner remedio; por lo menos ella lo creyó así, y mi padre con ella. ¿Qué más le diré, señor Gastón?

La beata y el clérigo fueron los fundadores de una congregación de alumbrados, compuesta de hombres y mujeres que, hacia 1620, comenzaron á reunirse en lugares apropósito, y en los cuales se entregaban á las prácticas á que acostumbraban los de la secta.

Entra en Córdoba triunfante S. Fernando, no coronado de laurel ni en carro tirado de tigres, leones y panteras, como acostumbraban los orgullosos emperadores romanos, sino en humilde y devota procesion, acompañado de los obispos D. Juan, de Osma; D. Gonzalo, de Cuenca; D. Fr.