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Pero, obligados del esfuerzo del trozo vencedor que los cargó impetuosamente, tuvieron que ceder al órden y constancia de las tropas de Orellana, que empeñadas en la accion, mataban cuantos rebeldes se les oponian, hasta que amedrentados por el continuado fuego del fusil, se pusieron en desordenada fuga.

Si en extremo le dolía que ella declarase que no le amaba, no podía menos de aplaudir la lealtad de la declaración. Don Paco estaba conforme en lo tocante al aprecio de las circunstancias que se oponían a la boda y que la hacían aparecer a toda juiciosa previsión como fuente de disgustos y de males.

Diganlo si aquellos economistas que se oponian á las restricciones de la libertad de comercio cuando eran únicamente por el tiempo en que duraban las guerras; i eso no con todas las naciones, sino con sola aquella en cuya ofensa se ejercitaban las armas españolas. Díganlo tambien los tratados de paces en que se concertaba que fuese libre el comercio entre los vasallos de uno i otro reino.

El amor santificado de tal suerte es mil veces más hermoso y proporciona al corazón goces más puros y elevados. ¿Por qué no habíamos de seguir hasta donde nos fuese posible las huellas de estos esposos, dechado de abnegación y de ternura tanto como de pureza y fidelidad? ¿Por qué no habías de imitar , amado Ricardo, la virtud severa del joven duque de Turingia, la nobleza y dignidad de todos sus actos, la inocencia y la modestia de su alma, jamás desmentida, y que en nada se oponían al valor y fortaleza de que siempre dio relevantes pruebas?

Desde aquella noche de invierno en que nos conocimos en Helpstone, había concebido un afecto poderoso, sincero y creciente por ella; pero ahora que era dueña de grandes riquezas, me daba cuenta de que había dos barreras que se oponían a nuestro casamiento: la diferencia de edades y el hecho de ser yo un hombre pobre.

Así es que, vencidos los obstáculos que se oponían a su dicha, viendo ya rendido a D. Luis, teniendo su promesa espontánea de que la tomaría por mujer legítima, y creyéndose con razón amada, adorada, de aquél a quien amaba y adoraba tanto, brincaba y reía y daba otras muestras de júbilo, que, en medio de todo, tenían mucho de infantil y de inocente. Era menester que D. Luis partiera.

Al mismo tiempo los indios, no acostumbrados a moverse a nada sin ser mandados y aun obligados, como los administradores nada o muy poco disponían, ellos tampoco hacían nada; de modo que sólo se daban prisa para mandar traer de las estancias crecidas mitas de ganado, a lo que los administradores no se oponían, porque ni sabían cómo debían manejar lo que tenían a su cargo, ni tenían valor para oponerse a los indios, ni aun sabían lo que ellos hacían.

Y pensando en estas expediciones, en la suerte de los pobres soldados y en la resistencia que oponían los insulares al yugo estrangero, pensó que, muerte por muerte, si la de los soldados era sublime porque cumplían con su deber, la muerte de los insulares era gloriosa porque defendían su hogar. ¡Estraño destino, el de algunos pueblos! dijo.

Desde niñas se acostumbraban a mirar como temporada de excepcional placer la que se pasaba con la tía, en medio de lo mejorcito de la capital. Algunos padres timoratos oponían algunos argumentos de aquella moralidad privada que no preocupaba al Marqués, pero al fin la vanidad triunfaba y siempre tenía su sobrina en ferias la señora marquesa de Vegallana.

Por la obstinación con que sostuvo este plan y por el modo resuelto y habilidoso con que iba descartando las dificultades que a él se oponían, entendí que lo tenía muy meditado. Quedé convencido de que, a pesar de lo dicho, había madrugado tanto como yo a pensar en nuestro matrimonio.