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Las cartas del Virrey fueron en vano, Que el Licenciado Torres y de Vera Habia madrugado mas temprano; A Juan Garay hace su teniente, Y vuélvele á enviar muy brevemente. Matienzo en este tiempo presidía, Y tiene del Virrey ya mandamiento Contra Garay, que á priesa residía, Temiendose de algun impedimento.

Pocas veces apareció tan pura y limpia de vapores como en aquel momento. La mañana era espléndida. El sol había madrugado mucho, señal cierta de que á la tarde se nublaría. Los contornos de la Peña Mayor y de sus compañeras parecían dibujados sobre el gran lienzo del firmamento por un pincel monstruoso.

No había allí más que una cama del mismo estilo que la mía, pero grande, de las llamadas de matrimonio; un crucifijo y una benditera en la pared del testero, una cómoda, dos perchas, un palanganero, un sillón de vaqueta, dos sillas y un felpudo. La cama estaba ya hecha, el suelo barrido y todas las cosas en orden, señal de que mi tío había madrugado más que yo.

Por la obstinación con que sostuvo este plan y por el modo resuelto y habilidoso con que iba descartando las dificultades que a él se oponían, entendí que lo tenía muy meditado. Quedé convencido de que, a pesar de lo dicho, había madrugado tanto como yo a pensar en nuestro matrimonio.

A un sacristán se le ocurrió abrir el cancel de la puerta de par en par y una multitud inquieta y estrepitosa, que no había madrugado a rezar la novena, fue penetrando en la vasta nave a escuchar la palabra del misionero que en aquel momento subía al púlpito con ademán recogido y fervoroso.

No quisieron, sin duda, despertarme, para que me desquitara de las desmañanadas del Colegio. ¡Que duerma hasta que quiera! dirían las buenas señoras. Harto habrá madrugado en diez años de encierro. La luz que se filtraba por las junturas del techo y por las hendiduras de la ventana, alegre y regocijada me hizo dejar el lecho.

Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que, por el ruido que hacía el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día a ir a su labranza; y así fue la verdad. Venía el labrador cantando aquel romance que dicen: Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles.

Desperté, volví á dormir, y torné á despertar y á dormir otra vez y otras ciento, y siempre veía el repleto cucharón de mi tía persiguiéndome y llenando los claros que yo iba haciendo en los platos que me servían sin cesar. En esta lucha cruel me cogió el alba. Salté de la cama, vestíme; y, desayunándome de prisa, corrí á despedirme de la familia que había madrugado más que yo.

La duquesa de Bara habíale ya avisado con su doncella que le estaba aguardando, para ir juntas al palacio Basilewsky, y Currita, nerviosa e impaciente, preguntaba sin cesar a Kate si el señor marqués no había vuelto. No, señora respondió la doncella. Pero ¿a qué hora salió?... ¿Cómo ha madrugado tanto? Si no ha salido... ¿Pues cómo es eso? Porque desde anoche no ha vuelto. ¡Ya! exclamó Currita.

¡Hola! parece que se ha madrugado dijo Crespo, que gustaba de ser siempre el primero. Vamos, vamos contestó don Víctor, volviendo a levantarse y después de colgar la escopeta del hombro. La presencia de Frígilis le había asustado; sacó fuerzas de flaqueza para tomar un partido de repente. Se resolvió por fin.