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¡Hola! parece que se ha madrugado dijo Crespo, que gustaba de ser siempre el primero. Vamos, vamos contestó don Víctor, volviendo a levantarse y después de colgar la escopeta del hombro. La presencia de Frígilis le había asustado; sacó fuerzas de flaqueza para tomar un partido de repente. Se resolvió por fin.

La única persona con quien ella se atrevía a hablar algo de lo que le pasaba por dentro era don Tomás Crespo, libre, decía él, de todas las preocupaciones, inclusive la de no tenerlas, que era de las más tontas. Ana observaba mucho. Se creía superior a los que la rodeaban, y pensaba que debía de haber en otra parte una sociedad que viviese como ella quisiera vivir y que tuviese sus mismas ideas.

También don Víctor opinó que «aquello no sería nada», pero de todos modos, lamentó en el alma no haber venido en el tren de las cuatro y media. Ya lo ves, Crespo, si hubiera obedecido a aquella corazonada. , señora añadió dirigiéndose a Visita que lo diga este, no por qué se me figuró que debía volver más temprano a casa.... Oh, , de eso esté usted seguro.

Es un magistrado les había dicho Crespo un día ; un aragonés muy cabal, valiente, gran cazador, muy pundonoroso y gran aficionado de comedias; representa como Carlos Latorre. Sobre todo en el teatro antiguo es lo que hay que ver. Esto era todo lo que las tías sabían del novio que se les preparaba a escondidas.

A las diez y cuarto entró en la alcoba don Víctor, chorreando pájaros y arreos de caza, con grandes polainas y cinturón de cuero; detrás venía don Tomás Crespo, Frígilis, con sombrero gris arrugado, tapabocas de cuadros y zapatos blancos de triple suela.

Don Álvaro callaba y oía. Sólo cuando trataba don Víctor de su buena puntería se quedaba un poco preocupado. Le parecía imposible que se pudiera hablar tanto de un hombre tan insignificante como don Tomás Crespo, a quien él creía loco de nacimiento.

Si Frígilis estaba en el Parque, sentía un amparo cerca de . Se calmaba. Crespo subía una vez cada tarde a verla; pero no se sentaba casi nunca. Estaba cinco minutos en el gabinete, paseando del balcón a la puerta, y se despedía con un gruñido cariñoso.

Pero, hombre, parece que hablas con sordina... decía Crespo malhumorado. Quintanar le consultaba acerca del estado de Ana. ¿A ti qué te parece de esto? Ps... allá ella. Sus razones tendrá. Yo creo Tomás, aquí para interinos... que Anita se nos hace santa, si Dios no lo remedia. A me asusta a veces. ¡Si vieses qué ojos en cuanto se distrae!

En todas se notaban las bellas trenzas de cabello negro y abundante, á veces crespo, el labio grueso y voluptuoso, la nariz abierta y palpitante, el ojo negro y ardiente, el color pardo oscuro, la voz agitada, estentórea, libre como el soplo del viento, la risa franca y picante, el andar provocativo, con un dejo lleno de coquetería, y el carácter sencillo, hospitalario y lleno de cordialidad.

Justo, hijo del herrero Pascual Crespo, ha sido llevado á Hungría en su niñez por ciertos lances extraordinarios, y adoptado por un grande, que se llama Viana, el cual ha perdido también á su hija Florentina, robada por corsarios después de varios sucesos, y vendida á un hermano de Pascual Crespo, residente en Cartagena, en cuya casa vive con el nombre de Armelina.