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Actualizado: 6 de junio de 2025


Poco después había vuelto a presentarse don Víctor, el tonto de don Víctor, con sombrero bajo y sin gabán, de cazadora clara, acompañado de don Tomás Crespo, el del tapabocas; los dos se habían ido en busca de los otros y los cuatro juntos se presentaron de nuevo, ante el objetivo del catalejo que temblaba en las manos finas y blancas del canónigo.

La conducta de Crespo, por violenta que sea, en vez de sernos repugnante, nos parece justificada; el delito cometido contra su hija es tan odioso, tan justo su castigo y tan probable que el criminal lo evite, á no ser por el medio indicado; y, por último, es tan grande la moderación de Crespo al principio, cuando aguarda la satisfacción debida, y tanta después su firmeza y energía, que nos interesamos con toda nuestra alma en su venganza, reconciliándonos por completo este sentimiento con lo sanguinario y lo horrible de su acción en absoluto

Nadie dirá que yo, ex-regente de Audiencia, que me jubilé casi por no firmar más sentencias de muerte, nadie dirá, repito que tengo ese punto de honor quisquilloso de nuestros antepasados, que los pollastres de ahí abajo llaman inverosímil; pues bien, seguro estoy, me lo da el corazón, de que si mi mujer hipótesis absurda me faltase... se lo tengo dicho a Tomás Crespo muchas veces... le daba una sangría suelta.

Lo mismo el arbusto crespo, oscuro y melancólico de las alturas pobladas por los líquenes, que el árbol aromático y gentil de las faldas y planicies intermedias, ó la liana estupenda y la planta enana de hoja monstruosa, que crecen en la humedad y la espesura sombría de las selvas, en las márgenes ardientes de los grandes rios.

Diga lo que quiera mi esposo, si Crespo no viene a prepararme la caña y a convencer a las truchas de que se dejen pescar no haremos nada. Adiós otra vez. La esclava de su régimen, q. b. s. m., Anita Ozores de Quintanar». Después de firmar y cerrar esta carta, Ana se puso a continuar otra que había empezado a escribir por la mañana. Ahora la pluma corría menos, se detenía en los perfiles.

Con motivo de la llegada de una tropa de soldados, destinada á Portugal, mandados por Don Lope de Figueroa, forma el proyecto previsor de tener oculta á la seductora Isabel en una de las habitaciones más aisladas de su casa; pero uno de los oficiales que viene con ellos, el capitán Alvaro de Ataide, se da trazas de verla, á pesar de las precauciones de Crespo, y en seguida intenta enamorarla.

Viana hace un viaje á España en compañía de su hijo adoptivo, y conoce en Cartagena á un mágico de Granada, que le promete descubrirle el paradero de su perdida hija, evocando con este objeto el alma de Medea. Justo, mientras tanto, se enamora de Armelina, obligada por Crespo á dar su mano á un zapatero, y tan desesperada por esto, que se encamina á la orilla de la mar para lanzarse en ella.

Así lo hace, apareciéndosele entonces el dios Neptuno, que la hace volver á su casa, después de revelarle que ella y no otra, es la buscada Florentina, y Justo, hijo de Pascual Crespo; y concluye favoreciendo el casamiento de ambos. Esta fábula, seca y desabrida, manifiesta bien á las claras la falta de gusto de Lope de Rueda.

Mario era un joven delgado, no muy correcto de facciones, los labios y la nariz grandes, los ojos pequeños y vivos, el cabello negro, crespo y ondeado, la tez morena. Una frente alta y despejada era lo único que prestaba atractivo y ennoblecía singularmente aquel rostro vulgar.

El Padre Crespo es autor de una notable gramática bicol-española y de sinnúmero de folletos, poesías, artículos y leyendas, todas ellas impregnadas de las notas que vibran siempre en todos los escritos del Padre Crespo. Los antiguos caballeros tomaban por mote Dios y su dama: el franciscano que nos ocupa, su enseña es la de religión y España.

Palabra del Dia

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