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¡Hija de mi alma!... La lengua me partiera en dos con los mesmus dientes mius si la viera en tentaciones de parláselu... ¡igual que al probe señor y mi amu! ¡Santa Virgen de las Nieves!... Y, por caridá de Dios, no me pregunte más de esu por ahora... ni nunca jamás, señor don Marcelu; que yo, por la cuenta que me trae, buscaré el amparu de usté cuando la carga me rinda y las angustias me ajueguen... porque la peste ha de golver, y sin mucha tardanza, señor don Marcelu. ¡Ay, desdichada de !... ¡Y el amu... y Tona!... ¡Santa Virgen la mi Madre!

Iba Fernando a buscar el primer tren que saliera para París; Salvador quedaba esperando que aquel tren partiera para tomar el inmediato en la misma dirección. Cuando ya los dos amigos se habían separado, el marino se volvió de pronto para decir, jovial y sonriente, con su voz pastosa, suave como el terciopelo: Oye: cuando vuelvas al valle, llevas de mi parte «ésto».

Pues si le conoce usted... apunté yo, prefiriendo, por un sentimiento harto fácil de estimar, que la insinuación partiera de él. Y ¿qué adelanto yo con conocerle? exclamó aquí mi tío, detenido probablemente por el mismo reparo que yo.

En 24 horas, que por cierto no han alterado nada ni en la naturaleza, ni en la sociedad, la filosofía de Eugenio ha recorrido un espacio inmenso, para volver como los astros, al mismo punto de donde partiera. Don Marcelino. Sus cambios políticos. Don Marcelino acaba de salir de unas elecciones, en que los partidos han luchado en tremenda batalla.

Ya no hay jazmineros ni raiceros, y es lástima; que a haberlos, les caería encima una contribución municipal que los partiera por el eje, en estos tiempos en que hasta los perros pagan su cuota por ejercer el derecho de ladrar.

Círculos de espuma fosforescente brillaban sobre las olas. Como me había dicho Allen, el caballo sabía el camino y tuve que refrenarlo para que no partiera al galope. Llegué rápidamente a la herrería, y de allí, a pie, volví a mi casa. No sabía qué decir a mi madre; quizá le iba a producir una gran emoción hablándole de que su hermano vivía a poca distandia de ella, enfermo, casi moribundo.

Se me ocurre una idea. ¿Si partiera para París con Elena? ¿Y por qué no para la casa de sanidad? No hay pocas casas de sanidad en Francia. No comprendo vuestra intención. Reparad, señora, que la autoridad podría preguntarnos el nombre de la casa de sanidad, y quizá nuestros enemigos consiguieran de ese modo su objeto.

Así es que, vencidos los obstáculos que se oponían a su dicha, viendo ya rendido a D. Luis, teniendo su promesa espontánea de que la tomaría por mujer legítima, y creyéndose con razón amada, adorada, de aquél a quien amaba y adoraba tanto, brincaba y reía y daba otras muestras de júbilo, que, en medio de todo, tenían mucho de infantil y de inocente. Era menester que D. Luis partiera.