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Iba Fernando a buscar el primer tren que saliera para París; Salvador quedaba esperando que aquel tren partiera para tomar el inmediato en la misma dirección. Cuando ya los dos amigos se habían separado, el marino se volvió de pronto para decir, jovial y sonriente, con su voz pastosa, suave como el terciopelo: Oye: cuando vuelvas al valle, llevas de mi parte «ésto».

¿Dónde está el novio? preguntó después monseñor con su voz clara y pastosa de orador. Eso es, ¿dónde está el novio? preguntaron algunos dirigiendo miradas en torno. ¿Dónde está Gonzalo? ¿donde está Gonzalo? repitieron otros. Al fin se le halló en un gabinete solitario sentado, con la cabeza entre las manos.

Ultimamente, al sudeste y rodeados de extensas travesías, están los Llanos, país quebrado y montañoso, en despecho de su nombre, oasis de vegetación pastosa que alimentó en otro tiempo millares de rebaños. El aspecto del país es, por lo general, desolado; el clima, abrasador; la tierra, seca y sin aguas corrientes.

Más de la mitad de aquel montón de árgoma se ha quemado ya en la hoguera: Celso ha disparado una nube de cohetes y los bailarines andan cerca de rendirse. Su voz era dulce, pastosa: su modo de hablar grave y sosegado, trasmitiendo á los demás la calma que reinaba en su espíritu. Desde la Braña hasta aquí hay algunos pasos respondió Nolo con parecido sosiego.

Lucía penetró en la nave y se arrodilló piadosamente entre los que lloraban a una muerta para ella desconocida. Oyó con delectación melancólica las preces mortuorias, los rezos entonados en plena y pastosa voz por los sacerdotes.

Es decir... ¡Octavio! añadió abriendo los brazos con lágrimas en los ojos: a usted le puedo contar, usted ha sido casi mi hijo... ¡Estamos poco menos que en la miseria! ¿Por qué no quiere que vaya con Lidia? Voy a tener con usted una confesión de madre concluyó con una pastosa sonrisa y bajando la voz: usted conoce bien el corazón de Lidia, ¿no es cierto?

La señora llamó a su doncella. Su voz sonora, pastosa, vibrante, lanzó unas palabras de las que apenas pudo Rafael alcanzar las principales sílabas. El rumoroso silencio de la altura pareció plegarlas y confundirlas; pero el joven estaba seguro de que no había hablado en español. Era sin duda una extranjera...

Entonces, aquel río de furias desgreñadas, aquellas turbas harapientas, atajaron el paso al coche, y sobre las magníficas faldas de las damas, pálidas de sorpresa y medio muertas de miedo, comenzó a caer en lluvia pastosa y sucia el barro arañado de entre los adoquines o cogido en las socavas de los árboles; y empezaron a silbar por el aire trozos de cascote, escuchándose los rugidos de las amotinadas, que vociferaban: ¡Mueran los ricos!

En abril de 1611, Castillo, vecino á la sazón del Salvador, se recibió de hermano de la Doctrina Cristiana, como hombre devoto que era, habiendo noticias de que en años después hizo un viaje á Granada, donde, según Arana de Varflora, «hizo algunas pinturas y en ellas se conoce su manera de pintar, que era fresca y pastosa

Lo que yo he hecho por usted... no creí nunca poder atreverme a hacerlo.... Usted no sabe lo que es, no ha de saberlo nunca, porque me da vergüenza decirlo.... Yo soy muy desgraciado; nadie me ha querido nunca, y yo no le encuentro sustancia, verdadera sustancia, a nada de este mundo más que al cariño.... Si me gusta la música tanto es por eso, porque es suave, porque me acaricia el alma; y ya le he dicho a usted que su voz de usted no es como las demás voces; yo no he oído nunca y va de nuncas una voz así; las habrá mejores, pero no se meterán por el alma mía como esa; otros dicen que es pastosa... yo no entiendo de pastas de voces; pero eso de lo pastoso debe de ser lo que yo llamo voz de madre, voz que me arrulla, que me consuela, que me da esperanza, que me anima, que me habla de mis recuerdos de la cuna... ¡qué yo!, ¡qué yo, Serafina!... Yo siempre he sido muy aficionado a los recuerdos, a los más lejanos, a los de niño; en mis penas, que son muchas, me distraigo recordando mis primeros años, y me pongo muy triste; pero mejor, eso quiero yo; esta tristeza es dulce; yo me acuerdo de cuando me vacunaron; dirá usted que qué tiene eso que ver.... Es verdad; pero ya le he dicho que yo no hablar.... En fin, Serafina, yo la adoro a usted, porque, casado y todo... no debía estarlo.