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El ejemplo más egregio quizás es el del emperador Marco Aurelio, que tuvo mujer tan liviana y viciosa como Faustina, y, siendo varón tan sabio y tan agudo filósofo, nunca advirtió lo que de todas las gentes que formaban el imperio romano era sabido; por donde, en las meditaciones o memorias que sobre mismo compuso, da infinitas gracias a los dioses inmortales porque le habían concedido mujer tan fiel y tan buena, y provoca la risa de sus contemporáneos y de las futuras generaciones.

Luego desde mi gabinete que Pepe y aquella mujer levantaban mucho la voz: me acerqué a una puerta y la llorar, llegando a mis oídos palabras que me helaron de espanto: «despojo» «compasión» «maldadPor fin salió nerviosa, excitadísima, blanca de cólera, y desde la puerta de la escalera, tragándose las lágrimas dijo: «¡Ojalá, si tiene usted hijos que paguen lo que hace con el míoMe quedé aterrada, volví al gabinete, llamé a Faustina mi doncella, en quien sabe usted que tengo absoluta confianza, y mostrándole desde el balcón a la mujer que en aquel instante salía del portal le dije: «Coge el mantón, síguela y averigua quien es y donde vivePepe pasó la tarde de un humor intolerable y ordenó que bajo ningún protesto se abriese la puerta a aquella desdichada.

Le pregunté quién era y me respondió que una trapisondista. Para abreviar: Faustina volvió diciéndome como se llamaba y donde vivía.

Los pensamientos honrados que abrigo y las pocas acciones virtuosas que en mi vida pueda llevar á cabo, también creo debértelas á ti, y suena tu nombre en mis oídos tan suave... La afortunada D.ª Faustina dió el alto en aquel momento. Carmen, que había estado escuchando con semblante inquieto y distraído el discurso de su novio, tomó parte en el alboroto que se armó en la mesa con tal motivo.

Al cabo de unos instantes D.ª Faustina dió el alto. Considere el lector lo que entonces pasó por el corazón de D.ª Feliciana. Si no fuese porque Paco la miraba fijamente y sonriendo, es seguro que aquella noche D.ª Faustina hubiera oído las verdades del barquero. Otras cinco veces entraron de golpe las bolas de boj en la bolsa, y otras tantas salieron una á una y con pausa.

Las señoras decían, medio en broma, medio en serio, que aquello no se podía sufrir. D.ª Feliciana odiaba á D.ª Faustina con todo su corazón, pero se reprimía. Después que el orden se hubo restablecido, Carmen se puso á charlar como una cotorra con Paco Ruiz. Los chistes del jugador la hacían desternillarse de risa, hasta el punto de que algunas veces le mandaba callar, porque le dolía el pecho.

Que Octavio ha dejado pasar el trece que le faltaba sin dar el alto. Pues ahora ya no tiene derecho exclamó precipitadamente y lanzando miradas ansiosas al plato D.ª Faustina. ¿Y por qué no la ha de tener, si estaba distraído? repuso D.ª Feliciana. Pues por lo mismo; el juego es juego y se ha de atender á él con formalidad. No se apure usted tanto, señora, que no es puñalada de pícaro.

¡Alto! ¡alto! ¡alto! exclamó atropellándose una señora que tenía una verruga en la nariz y gastaba sortijas de pelo en las sienes. Ya principia D.ª Faustina exclamó D.ª Feliciana con mal humor. ¡Bendito sea Dios, señora, qué suerte tiene usted!