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Una guerra deplorable, por un lado, cuyo término no se entrevó aún, ha llevado la desolación a las costas del Pacífico hasta el Ecuador. La patria de Olmedo es hoy el teatro de una de esas interminables guerras civiles cuya responsabilidad solidaria arroja el espíritu europeo sobre la América entera.

En la cubierta se lee: «Saquéla en 12 de abril de 1628 añosSegunda parte del gran Cardenal de España, Don Gil de Albornoz. La burgalesa de Lerma, con la fecha de Madrid 30 de noviembre de 1613. El caballero de Olmedo, del año de 1606, y licencia para la representación de 1607. Amar por burla. El valor de Fernandico. El poder del discreto. Antonio Roca ó la muerte más venturosa.

Sebastián de Prado, á causa de su declamación excelente y de su hermosura personal, muy simpática al público, fué también estimado por sus buenas costumbres, y por su carácter distinguido en la vida privada. Sobresalía en la representación de papeles de primer galán ó amante, siendo su rival en ellos Antonio de Olmedo, hijo del otro Olmedo mencionado en el tomo anterior.

Esto lo dijo con aplomo filosófico, el sombrero inclinado sobre la sien derecha como distintivo de sus ideas acerca de la depravación humana. Ya no había mujeres honradas: lo decía un conocedor profundo de la sociedad y del vicio. El escepticismo de Olmedo era signo de infancia, un desorden de transición fisiológica, algo como una segunda dentición.

Olmedo, al mismo tiempo que sondeaba la inmensa gravedad del propósito de su amigo, no pudo menos de reconocer que a él, Olmedo, al perdulario de oficio, no se le había pasado nunca por la cabeza una majadería de aquel calibre. «Descuida, chico, lo que es por no lo sabrá nadie, ¡qué narices! Soy tu amigo ¿ o no?, pues basta ¡narices! Te doy mi palabra de honor; estate tranquilo».

La hermosa Alfreda. Laura perseguida. Otras comedias. El caballero de Olmedo. Lo cómico de Lope de Vega. Amar sin saber á quién. Afortunadamente no es grande el número de estas obras informes, que sólo deben considerarse como abortos de una imaginación desarreglada, y que nos ofrece al poeta en sus más singulares extravíos.

El caballero de Olmedo nos ofrece un notable ejemplo, así de la capacidad extraordinaria de Lope, como de la incomprensible ligereza que tanto le perjudica. Los dos primeros actos son excelentes y de una vis cómica inimitable; con los rasgos más ingeniosos se describen las artificiosas intrigas de una vieja alcahueta y supuesta bruja, de la especie de la Celestina.

La Reina Juana de Nápoles es la mujer varonil, ebria de placer y crueldad, que traspasa todos los diques impuestos á su sexo; en El Anzuelo de Fenisa y en El Arenal de Sevilla, son las protagonistas cortesanas vulgares. En El Rufián Castrucho y en El Caballero de Olmedo observamos dos astutas alcahuetas, cuyos tipos son de verdad maravillosa.

Feliciana tenía ya pignorado lo mejorcito de su ropa, y Olmedo había perdido el crédito de una manera absoluta. Por la falta de crédito se pierden las repúblicas lo mismo que las monarquías. Y no se hacía ya ilusiones el bueno de Olmedo acerca de la catástrofe próxima.

Esto lastimó el amor propio de Olmedo más que si su amigo le hubiera llenado de insultos, porque todo lo llevaba con paciencia menos que se le rebajase un pelo de la graduación de perdis que se había dado. Le supo tan mal la indulgencia de Rubín, que salió tras él hasta la puerta, diciéndole entre otras tonterías: «¡Valiente hipócrita estás ... narices! Estos silfidones, a lo mejor la pegan».