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Actualizado: 23 de junio de 2025


Al fin uno de ellos, mordiéndose los labios para no soltar la carcajada, le tendió la mano con ademán desdeñoso: Adiós, Salabert; hasta la vista. Los demás hicieron lo mismo sin decir otra palabra del asunto. El duque no se desconcertó. Fué a despedirlos solícito hasta la escalera, dirigiendo todavía al pasar miradas iracundas a sus empleados que las recibieron con la misma punible indiferencia.

Dió por terminado el récipe don Bernardino, y Jacintito, mordiéndose los labios de coraje, se preguntaba si era cuerdo, si era justo, que le sepultaran a él en una oficina, cuando tantas disposiciones tenía para el comercio. Y concluía opinando, que no era ni justo ni cuerdo sino, simplemente, un disparate.

Las comadres la saludaban al pasar con las mismas palabras de conmiseración, y el cartero, poco hablador naturalmente, se llevaba militarmente la mano al quepis y dirigía a la madre y a la hija una mirada de respetuosa simpatía mordiéndose el duro bigote.

Paco Vélez salió por el otro lado del escondite con las manos en los bolsillos, coloradas las orejas y mordiéndose los labios, y se detuvo a examinar, con aire de inteligente, una bellísima lámpara de cobre repujado que sobre una columna salomónica hacía pendant con el caballete. Lucy, que no conocía a la Valdivieso, preguntó muy bajito a su maestro Castropardo, si aquel otro señor era su marido.

Que hay peste en nosotros, ya se lo he concedido a usted antes de todo, , señor, concedido; pero ¿qué peste es ella, mi señor don Alejandro? Este es el punto... digo, me parece a , y el clavo, , señor, muy doloroso. Efectivamente repuso Bermúdez mordiéndose los labios de inquietud , nada resuelve mi ejemplo en el sentido que usted desea. Vaya otro más al caso.

Intervinieron los guardias de orden público en favor de las mujerzuelas, y mientras tanto, huyeron en un segundo los lujosos trenes, al galope, a la desbandada, mordiéndose los hombres el bigote de despecho, escondiendo las mujeres, llenas de vergüenza, los rostros azorados.

Faltaba más de un mes aún, pero la madre hizo entender claramente al muchacho que quería la presencia de su padre esa noche. Será difícil dijo Nébel después de un mortificante silencio . Le cuesta mucho salir de noche... No sale nunca. ¡Ah! exclamó sólo la madre, mordiéndose rápidamente el labio. Otra pausa siguió, pero ésta ya de presagio. Porque usted no hace un casamiento clandestino ¿verdad?

¡Qué delicia! murmuró Currita; y mordiéndose los labios hasta hacerse sangre, volvió a leer por dos veces la carta, sentándose antes en una butaca. Quedóse luego, pensativa breve rato, sin que denunciase su alteración más que un imperceptible temblorcito en la mano que sostenía la carta, una ligera crispatura en los labios, un torvo reflejo en la vista, fija siempre en la alfombra.

Sin decir una palabra, los dos hermanos se abrazan tiernamente. Después, al cabo de un momento, Martín toma entre sus manos la cabeza del hijo pródigo; y, frunciendo las cejas con aire sombrío, mordiéndose el labio inferior, por largo tiempo clava en silencio sus miradas en los ojos brillantes y alegres del hermano.

Eran tales las sensaciones que experimentaba el mísero don Pablo Aquiles, que cada palabra de la hermana era una gota de aceite hirviente que le caía sobre la piel; se quitó el sombrero y el abrigo, dejó el bastón sobre la mesa, volvió a sentarse y a levantarse, paseaba, se detenía a escuchar a misia Casilda, hizo ademán de subir a las habitaciones altas, para ahogar al calaverilla del hijo; pero se contenía y se sentaba otra vez, atusándose el bigote, mordiéndose los labios, palmeándose la calva reluciente.

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