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Y en efecto, en el terreno, repujado de pequeñas eminencias que contrastaban con la lisa planicie del atrio, advertía a veces el pie durezas de ataúdes mal cubiertos y blanduras y molicies que infundían grima y espanto, como si se pisaran miembros flácidos de cadáver.

La esperanza de mi vida volvería a brillar. "Sin embargo, si esa indiferencia no fuera sino fingida, en los dos... "Nada hay peor que esta clase de incertidumbres. Para distraerme, para arrancarme un poco la preocupación, acompañé a Camucha al taller de repujado que tiene una profesora francesa. Son muchas las señoras y las niñas que aprenden ese trabajo.

Colgóle después de su collar de hierro repujado las cinco medallas de los premios, y colocándole en la cabeza el diploma en forma de cucurucho, gritó a Lilí con extraño acento: ¡Anda, que lo retrate papá!... ¡A Tock le doy yo todos mis premios!...

Las copas de plata siguen siempre sobre el aparador, pero su metal repujado no está empañado por el tacto y no hay en su fondo residuos que afecten el olfato; el único olor predominante es el del espliego y el de las hojas de rosas que llenan los vasos de alabastro inglés. Todo respira pureza y orden en aquella pieza, antes triste, porque un nuevo espíritu tutelar entró en ella hace quince años.

En cierto momento Julio se levantó, y pasando junto al piano, se detuvo a mirar las flores. Fingiendo que aspiraba el perfume, las tocó con los labios. Lo hizo tal vez distraído". "12 de junio. "Tengo un gran desgano para todo; no he querido ir al taller de repujado. Me sorprenderían a cada rato dejando el punzón para ponerme a pensar.

Había visto tu pecho sin corazón, tus rollizos brazos de cantante hinchados y sin músculos, tu espada de metal repujado, y sentido dentro de tu hueca cabeza la pesada borrachera y el aplanamiento cerebral de un bebedor de cerveza. ¡Y pensar que, al emprender esa insensata guerra de 1870, contaron contigo nuestros diplomáticos! ¡Ah, si ellos se hubiesen tomado también la molestia de subir por dentro de la Bavaria!

Paco Vélez salió por el otro lado del escondite con las manos en los bolsillos, coloradas las orejas y mordiéndose los labios, y se detuvo a examinar, con aire de inteligente, una bellísima lámpara de cobre repujado que sobre una columna salomónica hacía pendant con el caballete. Lucy, que no conocía a la Valdivieso, preguntó muy bajito a su maestro Castropardo, si aquel otro señor era su marido.