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Su aristocrática distinción era formal y somera; no procedía de lo íntimo y de lo esencial, sino de la forma exterior y de los atavíos que la engalanaban. Para mujeres tales, la vejez no llega sola, sino que viene acompañada de la vileza y de la ruindad en que nacieron y en que vivieron hasta envolverse en el alucinador artificio de que al fin la vejez las desnuda.

A la derecha, y sobre otro altar, estaba ya también en su nicho el Santo Patrono. Ambos altares resplandecían con muchísimas velas y hachones ardiendo, y ramilletes de flores y festones y guirnaldas de arrayán, laurel y limonero los engalanaban.

Las banderas, las guirnaldas de rosas, todos los adornos multicolores de las grandes fiestas, engalanaban el comedor. Empezó el servicio sin que estuviesen ocupadas muchas de las mesas. Numerosos pasajeros permanecían en el antecomedor para gozar antes que los otros de las anunciadas novedades. Retardaban su entrada las señoras, con el deseo de que sus disfraces alcanzasen mayor éxito.

En torno del atril del director estaban los músicos de más renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el Gaviota II formando parte de su orquesta.

Con cuánto regocijo trepaba yo por esas laderas, donde tan lindos vegetales se engalanaban, con sus joyeles, ó recorria los prados sin saber á que sitio dar la preferencia, pues que cada uno de ellos me ofrecia un encanto que le era particular, un tipo diferente. Confieso que nunca me habia sentido tan maravillado en presencia de las bellezas de ese suelo, cubierto por un dosel tan espléndido.

En grandes jarrones de porcelana española, los viejos jarrones de la familia, frescos ramilletes de rosas, lirios y azucenas; y por todas partes, regados aquí y allá, pétalos rosados, amarillos, blancos, purpúreos; y apiladas en torno de mi taza, las místicas y caducas balsaminas, los chinos de castor, que de ordinario engalanaban la humilde lamparilla de la Dolorosa, lucían ahora en aquel banquete religioso su nívea veste manchada de carmín.

Cada reina iba acompañada de sus damas de honor, que por lo regular eran esclavas jóvenes, mimadas de sus aristocráticas señoras, y a quienes éstas por vanidad engalanaban ese día con sus joyas más valiosas. Seguía a la corte el populacho de la tribu, con cirio en mano las mujeres y los hombres tocando instrumentos africanos.