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Actualizado: 22 de junio de 2025
La forma de aquel reloj recordaba las aficiones poéticas del jurisperito. Parado, siempre mudo, siempre señalando la misma hora, me parecía aterrador como la eternidad. Entre un estante y la pared estaba otro reloj de pesas, en larga y estrecha caja de ébano, siempre andando, siempre arreglado.
Acercábase a una compañera, y esta le volvía la espalda; su mesa quedó desierta, porque nadie quiso trabajar a su lado; ponía su mantón en el estante, y al punto se lo empujaban disimuladamente desde la otra parte de la sala, para que cayese y se manchase; dejaba su lío de comida en el altar, y lo veía retirado de allí con horror por diez manos a un tiempo; la maestra examinaba sus mazos de puros, antes de darlos por buenos y cabales, con ofensiva minuciosidad y ademán desconfiado.
Registrando un estante arrumbado me encontré varios documentos, cartas del abuelito y una copia de su testamento. En ellos leí la historia de mi tío, y pude estimar el alma nobilísima del testador, generosa y desinteresada como pocas. ¡Y vaya si el anciano militar era bueno! ¡Y vaya si era inteligente! ¡Qué cartas tan bien escritas!
Junto a la cama, arriba del buró, el cuadrito de San Luis Gonzaga. Enfrente, sobre la cómoda, el retrato del abuelito. A un lado un estante lleno de libros, y cerca de la ventana el pupitre del escolar, el negro pupitre de estudiante, compañero cariñoso del niño, confidente de sus amarguras, casi testigo de sus triunfos, mudo depositario de sus esperanzas.
El perro, aunque seguía en sus genuflexiones y zalemas, nada alcanzaba; hasta que enfadado el cojo por la esterilidad del tiempo, y la mezquina condición de tanto estante y ningún donante, así dijo a su cofrade, sirviente y amigo: Pues, amigo Canique, lo que no dan ni prestan, fuerza será tomarlo; entrad a saco a estas buenas gentes, como allá en antaño en el asalto y saco de Roma; mas contad y advertid que no les habéis de tomar sino de lo superfluo y profano, dejándoles entera la piel, y menos interesar algo del tegumento de las carnes, y sin detracción alguna, que todo lo demás, camisa inclusive, os lo fallo y declaro por buena y legítima presa.
En uno de esos movimientos, en el momento en que abría los ojos y cerraba la boca, se fijó en la larga fila de cartapacios rojos, colocados órdenadamente en el magnífico estante de kamagon: al dorso de cada uno se leía en grandes letras: PROYECTOS.
El ascensor pasó ante el primer piso sin detenerse. Vamos á mi estudio dijo Alicia . Tú eres de confianza. Allí es donde como cuando estoy sola. Lubimoff se asombró del llamado «estudio», una vasta pieza que ocupaba gran parte del segundo piso, y en el que no pudo ver otros libros que los de un pequeño estante.
No era la caja de yesca de Silas, porque la única que hubiera poseído nunca estaba aún, sobre un estante, en su casa. La opinión generalmente aceptada, fue que la caja encontrada en el foso tenía alguna relación con el robo. Una pequeña minoría sacudía la cabeza y daba a entender que aquél no era un robo respecto del cual pudieran arrojar mucha luz las cajas de yesca.
Y si usted duda de mi palabra, ahí tiene usted en ese estante a Giraldi «Expositio juris Pontificii que en el tomo II, parte 1.º, trata la cuestión con gran copia de datos...». El señor Peláez estaba acostumbrado al estilo del Provisor, que nunca era más erudito que al echar la zarpa sobre una víctima.
¿Es decir, que mi obligación era quedarme toda la vida esperando a que se te antojase volver a acordarte de mí, como se queda un libro en un estante, hasta que su dueño tenga capricho de volverlo a leer? Sé franco, mírame cara a cara y dime: si yo fuera libre, ¿hubieras vuelto a pensar en mí? Dispensa la dureza, pero lo que ahora sientes no es amor, es envidia de otro.
Palabra del Dia
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