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Así, se ven las moles de los edificios como un inmenso reguero de peñascos desiguales en medio de un mar de granados, naranjos, limoneros, jazmines y millones de flores que inundan el aire de perfumes. Sevilla merece bien su fama: es un paraíso de verdura y curiosidades de todo género.

Leyendo las Mil y una noches, se complace nuestro espíritu viendo cómo los genios se convierten en vapor y los monstruos nacen de un reguero de sangre; nos gusta contemplar todos los objetos de la naturaleza, bajo los aspectos y formas que adquieren sucesivamente, lo mismo que en el aire caliente del desierto distinguimos tan pronto palacios con columnatas como ejércitos en marcha.

Un gran charco coagulado ante la chimenea anunciaba que la desgraciada se había herido allí. Un reguero de un rojo obscuro demostraba que había tenido fuerzas para arrastrarse hasta la cama. La criada, que había llamado a la justicia y alarmado al vecindario, ya no gritaba. Acurrucada en un rincón, con los ojos fijos en el cadáver de su ama, miraba ir y venir a toda aquella gente maquinalmente.

Llamadlos, y al punto echarán a correr como gamos perseguidos. En los jarales huele a copal quemado, y de la calle a la puerta de las cabañas un reguero de «cempaxóchiles» os guiará hasta el lugar en que estuvo la «ofrenda» dedicada a las almas de los que dejaron para siempre este mundo de dolor.

Había empezado la vida comercial en el desierto argentino, cuando los indios ocupaban los territorios cruzados ahora por el ferrocarril, y el malón, con su reguero de saqueos, incendios y rapto de personas, asolaba los pequeños campamentos, transformados actualmente en ciudades de importancia.

Por la noche, cuando don Ramón, rendido por la lucha con el insaciable demonio que le arañaba las entrañas, roncaba dolorosamente con un estertor que silbaba en sus pulmones y un reguero de baba en los tristes bigotes, doña Bernarda, incorporada en la cama, los flacos brazos sobre el pecho, le miraba ceñuda, con unos ojos que parecían apuñalarle y rogaba mentalmente: ¡Señor! ¡Dios mío! ¡Que se muera pronto este hombre! ¡Que acabe tanto asco!

Mas ahora el monstruo callaba como un muerto, y dejaba pasar sobre su lomo bruñido los rayos temblorosos de la luna, que formaban sobre la oscura linfa un reguero luminoso. Negreaban las altas montañas que lo cercan arrojando sobre él capas de sombra. El cielo parecía cortado por sus enormes masas dentadas.

Allá en el fondo del establo columbraron al pobre animal, que temblaba, con las orejas gachas y el ojo amortiguado; la sangre de sus heridas, en negro reguero, se había coagulado desde el anca a los cascos. Julián experimentaba en el establo sombrío y lleno de telarañas impresión análoga a la que sentiría en el teatro de un crimen.

Al contrario, la corriente Indica, circulando primeramente por las islas, llega á un mar cerrado y más preservado del Norte, manteniéndose por mucho tiempo el mismo, cálido, eléctrico y creador, y trazando sobre el globo un enorme reguero de vida. Su centro es el apogeo de la energía terrestre en tesoros vegetales, en monstruos, en especias, en peces.

Un sucio reguero separa ambos grupos de vertebrados mamíferos, pero el aire respirable es común á todos; y ni este aire que penetra por estrechos tragaluces puede renovarse durante semanas enteras, por las nieves que cubren el terreno. Hay que abrir especie de chimeneas, por las cuales baja únicamente un lívido reflejo de luz. En esas cuevas el día parece una noche del polo.