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En primoroso lecho de ébano con incrustaciones de marfil, reposaba una joven de tez blanca, blanquísima, y cabellos negros, negrísimos. Reposaba con un abandono sin delicadeza, en una posición de animal bien cebado. Hasta en el sueño es posible conocer la condición y espiritualidad de la persona. Salabert tuvo un momento la cortina suspendida.

Para estos y otros parecidos menesteres había en arcas y alacenas buena provisión de sábanas y mantelerías superiores, maciza y abundante plata de mesa y hasta dos colchas de damasco y un crucifijo de marfil y ébano. Nada faltaba allí de lo que no debía de faltar en la casa de una familia como la nuestra.

Velázquez, lleno de condescendencia, le prometía no abandonarlo, hacerle un hombre. Al fin concluyó haciéndole un elogio caluroso de su hermana. En media hora no se detuvo. Todo lo ensalzaba, todo lo hallaba admirable, los cabellos de ébano y la franqueza y lealtad del carácter, su corazón tierno y sus pies diminutos.

Nunca le pareció tan linda a Andrés. El pañuelo bermejo, por debajo del cual asomaban los rizos de un cabello negro y brillante como el ébano, hacía resaltar su rostro trigueño, iluminado ahora por una sonrisa y encendido por el rubor.

De madera rojiza amoratada, textura sólida, fibras comprimidas y poros poco visibles; tiene un olor particular que recuerda al del cuero curtido; muy difícil de labrar, es muy abundante. Árbol de gran magnitud. Damal. Madera sumamente blanda, aunque resiste; se emplea para tornear. Ebano. Guijo. De primera magnitud, muy abundante, de madera rojiza.

Siempre que la graciosa morenita, con su cabellera negra como el ébano, sus ojos rebosantes de vida, sus labios purpurinos y su aire de vigorosa y alegre juventud entraba en el salón, dominaba a Magdalena un sentimiento instintivo de pesar que habría tenido semejanza con la envidia, si su corazón angelical hubiera sido capaz de abrigar tal sentimiento; y esa desnaturalizaba en su ánimo todos los actos de su prima.

«No alborotes, hijo indicó la señora, molesta por el ruido ; deja en paz a Saúl». Poco después estaba el animal regiamente echado en medio de la sala, y parecía un león de ébano. Su hermosa cabeza destacábase soberbia, inteligente, a un tiempo cariñosa y fiera, sobre el ramaje de colores de la alfombra, y sus ojos devolvían en chispas vivísimas la lumbre de la chimenea.

Sobre una mesa de ébano, con señales de haber tenido en otro tiempo incrustaciones, había un crucifijo de marfil rajado y amarillento, con sus gotas de sangre abermellonada y sus clavos de plata.

En la chimenea, y sobre graciosos caballetes de ébano y roble, había varios retratos, entre ellos el de Isidora, obra admirable por la perfección de la fotografía y la belleza de la figura. Parecía una duquesa, y ella misma admiraba allí, en ratos de soledad, su continente noble, su hermosura melancólica, su mirada serena, su grave y natural postura.

Esta célebre carta concluye con una sucinta descripcion de su palacio de Susa en estos términos: «Nuestro palacio es de ébano y madera incombustible. Hay en su techumbre á cada estremidad dos manzanas de oro, y en cada manzana dos carbunclos, para que el oro brille de dia y los carbunclos luzcan de noche.