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«No alborotes, hijo indicó la señora, molesta por el ruido ; deja en paz a Saúl». Poco después estaba el animal regiamente echado en medio de la sala, y parecía un león de ébano. Su hermosa cabeza destacábase soberbia, inteligente, a un tiempo cariñosa y fiera, sobre el ramaje de colores de la alfombra, y sus ojos devolvían en chispas vivísimas la lumbre de la chimenea.

¡Si no me enfado, hija mía! replicó don Alejandro dulcificando el tono de sus palabras y la expresión de su semblante , lo que se llama propiamente enfadarme... ni siquiera te pido que te alborotes de alegría; y me conformo con mucho menos: con que no te causen disgusto estas noticias.

Pepita, además, no disimula cosa mayor; y hace bien, porque sería el disimulo de Antequera... Desde que estás enfermo viene aquí Pepita dos veces al día, y otras dos o tres veces envía a Antoñona a saber de tu salud, y si no han entrado a verte, es porque yo me he opuesto para que no te alborotes.

« le tienes que lavar manifestó Benigna, sin cejar en su cólera , , . ¡Cómo me ha puesto las cortinas!». Bueno, mujer, le lavaré. No te apures. Y vestirle de limpio. Yo no puedo. Bastante tengo con los míos... Y nada más. Vaya, no alborotes tanto, que todo ello es poca cosa.

Ya en estas razones últimas se había agradecido al sueño el tal Don Cleofás, dejando al compañero de posta como grulla de la otra vida, cuando un gran estruendo de clarines y cabalgaduras le despertó sobresaltado, recelando que se le llevaba a otra parte más desacomodada el que le había agasajado hasta entonces; pero el Diablillo le sosegó, diciendo: No te alborotes, don Cleofás; que, estando conmigo, no tienes que temer nada.

En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla; y tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole: »-Sosiégate, señor mío, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó; es cosa mía, y tanto, que es mi esposo.