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Y con mucha prisa, haciendo saltar la ropa cerca del techo, acabó de levantar la cama y salió de las habitaciones del señorito. El cual paseó tres o cuatro minutos entre los libros tumbados en el suelo, por los senderos que dejaban libres aquellos parterres de teología y cánones. Después de fumar tres pitillos volvió a sentarse. Escribió sin descanso hasta las diez.

Se les condujo a Bonifacio y permanecieron dos días con nosotros en la marina... Después que se secaron bien y se pusieron en pie, ¡buenas noches, buena suerte! ¡Regresaron a Tolón, donde volvieron a ser embarcados para Crimea!... ¿A que usted no adivina en qué buque?... ¡En la Ligera, señor!... Los vimos a todos veinte, tumbados entre los muertos, en el sitio donde nos encontramos ahora... Yo mismo conocí a un lindo sargento de finos bigotes, un pisaverde de París, a quien había hospedado en mi casa y que nos había hecho reír todo el tiempo con sus historias... Al encontrarlo allí, se me partió el corazón... ¡Ah, Santa Madre!...

Los rebaños diseminados, tumbados en las hierbas salitrosas, o marchando apretados en torno de la roja capa del pastor, no interrumpen la gran línea uniforme, viéndose achicados por ese espacio infinito de horizontes azules y claro cielo.

Por los «lombíos» que había tumbados ya y la hora que marcaba mi reló, poco más de las siete de la mañana, supuse que había comenzado la faena a punto de amanecer. En esto llamó a la puerta de mi cuarto Neluco que iba a despertarme, porque era largo el camino que nos aguardaba y debíamos de aprovechar de la mañana todo lo posible para andarle.

Sólo sabía cantar, pero de un modo áspero y salvaje, como le habían enseñado los compañeros de contrabando, cuando marchaban en sus jacas, tumbados sobre los fardos, atronando con coplas la soledad de las gargantas de la sierra. Don Luis reinaba sobre la viña como si fuese el dueño. El poderoso don Pablo estaba ausente.

Lo mismo que del mar, plano a pesar de sus olas, despréndese de esa llanura una sensación de soledad, de inmensidad, aumentada por el mistral que sopla incesantemente, sin trabas, y que, con su poderoso aliento, parece aplanar y engrandecer el paisaje. El lo doblega todo. Los arbustos más frágiles conservan la huella de su paso, quedan torcidos, tumbados hacia el Sur, como dispuestos a fugarse...

Ambos comenzaron a caminar por detrás de los parapetos, siguiendo una trinchera, abierta en la nieve dos días antes. La nieve, endurecida por la helada, se había convertido en hielo. Los árboles, tumbados delante y completamente cubiertos de granizo muy denso, formaban una barrera infranqueable, que alcanzaba una anchura de cerca de seiscientos metros. El camino cortado pasaba por debajo.

Otros más descuidados o menos resistentes al trajinar del día, dormían a pierna suelta encima de los arcones de la cebada y tumbados sobre las mantas y albardas de las bestias. Lázaro los contempló un instante, y pensó que el sueño del ignorante suele ser, por una injusticia que subleva, más sosegado y tranquilo que el del justo.

En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas manos de cada uno.

Y hay más: durante los fríos del invierno, la familia, para tener más calor, se va del piso bajo y baja á la cueva, que al propio tiempo sirve de cuadra. En un lado están los animales tumbados en la paja sucia, y en el otro yacen hombres y mujeres entre sábanas nada limpias.