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¡Ya les ajustaría las cuentas a aquellas pavas...! Y abandonando a Andresito, se unió al grupo de jóvenes que, en fila y cogidas del talle, corrían como unas locas por la suave pendiente.

A los pies del lecho, indolentemente envuelta en una especie de bata de color de rosa con encajes, mal cogidas las anchas trenzas negras, extendidos los pies, que calzaban unos chapines de tafilete blanco, apoyado un brazo en otro brazo del sillón, y sobre la mano uno de esos semblantes en que no se sabe qué admirar más, si la fuerza de la juventud, la fuerza de la hermosura ó la fuerza de la expresión, había una mujer como de veinticuatro años, sonriente, alegre, escuchando con delicia á Quevedo, que leía uno de los mejores capítulos del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Los visillos de la vidriera, en un tiempo blancos, tenían hoy color de ceniza húmeda, y en sus pliegues eran visibles los estragos de la polilla. Frontero a la ventana, encima de una mesa, entre dos jarrones de porcelana, un reloj de cristal, una lira, con la esfera de cobre dorado y las cifras esmaltadas de azul, bajo roto fanal cuyas partes estaban cogidas con lañas de papel.

Mucho rato después, cuando volvió Gallardo a su pieza, resignado a no sufrir necesidades dentro de su traje de lidia, encontró a un nuevo visitante. Era el doctor Ruiz, médico popular, que llevaba treinta años firmando los partes facultativos de todas las cogidas y curando a cuantos toreros caían heridos en la plaza de Madrid.

Todo ello parecía prendas heredadas, o venidas a su poder por embargo judicial, o cogidas a algún filibustero. Servíale el sombrero de abanico, cuando estaba en visita, con la ventaja de que las personas circunstantes participaban de la ventilación que daba aquella prenda tropical tan bien manejada.

Quedaron silenciosos largo rato, con las manos cogidas, mirando al obscuro y rumoroso jardín. Arriba continuaba la lamentación del genio ante la vida que se extingue. Sagrario se apoyaba en Gabriel, como si le faltasen las fuerzas y, medrosa ante la felicidad, quisiera refugiarse dentro de él.

Fíjese en el respeto que infunden los «pingüinos» dijo Maltrana . Las coristas de opereta pasean cogidas del talle por casi toda la cubierta, riendo, empujándose, mirando a los hombres; pero al dar la vuelta a la parte de proa y llegar adonde estamos, encuentran a nuestras damas haciendo labores de gancho con una majestad de reinas, leyendo Fémina o conversando sobre los méritos y relaciones de sus respectivas familias, e inmediatamente retroceden cerrando el pico.

El espíritu caballeresco, basado en el amor, debía ser hostil al celibato, y todas sus adoraciones y homenajes se dirigían a aquellas que, lejos de estar armadas contra los sentimientos tiernos, sabían animarlos graciosamente. La caballería, a pesar de la aureola con que ha llegado hasta nosotros, no se alimentaba exclusivamente de flores azules cogidas en el país del ideal.

La banda de palomas levantó el vuelo en espiral, con alegre rumor de plumas y arrullos. Dos jóvenes pasaron junto al fielato cogidas del brazo, con el embozo del mantón ante la boca. Tenían la belleza de la obrera, la frescura de esa breve juventud de las hembras de trabajo, que triunfa sólo momentáneamente de la anemia hereditaria, de las privaciones que dificultan el desarrollo.

Allí también había permanecido muchos días envuelto en trapos, en un ambiente denso cargado de olor de yodoformo y humo de cigarros a consecuencia de dos cogidas; pero este mal recuerdo no le impresionaba. En sus supersticiones de meridional sometido a continuos peligros, pensaba que este hotel era «de buena sombra» y nada malo le ocurriría en él.