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En efecto; una nueva columna, mucho más fuerte que la primera, salía de Framont a paso de carga y subía hacia los parapetos. Divès no decía una palabra; Hullin, reprimiendo su indignación, se tranquilizó súbitamente ante la gravedad del peligro.

Para abarcar el conjunto de tal escena hay que imaginarse la refriega que tenía lugar en la meseta de las Mineras; los aullidos, los relinchos de los caballos, los gritos de ira, la huída de unos, arrojando las armas para correr más de prisa, el encarnizamiento de otros; más allá del barranco, las escalas, cubiertas de uniformes blancos y erizadas de bayonetas; los montañeses, situados en la rampa, defendiéndose desesperadamente; las vertientes de la ladera, el camino y, sobre todo, la parte baja de los parapetos, cubiertos de muertos y heridos; el tropel de enemigos, con el fusil al hombro, los oficiales en medio de ellos, apresurándose por seguir el movimiento; por último, Materne, de pie en la cima del talud, con la carabina en alto, cogida por el cañón, la boca abierta hasta las orejas, llamando a voz en grito a su hijo Frantz, que llegaba con el pelotón, precedido del señor Juan Claudio, para ayudar a la defensa.

Acto continuo comenzó en la ladera, a lo largo de los atrincheramientos, un fuego de fusilería incesante, parecido a un chisporroteo; pero los alemanes, sin contestar, continuaron avanzando hacia los parapetos con los fusiles al hombro y las filas de soldados muy derechas, como si estuvieran en una parada.

En pocos momentos, todo el mundo se puso de pie. Los jefes de los destacamentos reunían a sus soldados; unos se dirigían al cobertizo, donde se distribuían los cartuchos; otros llenaban las calabazas de aguardiente en el barril; todo se hacía con orden, con el jefe al frente; luego cada pelotón se alejaba, a la débil claridad del amanecer, hacia los parapetos, por ambos lados de la ladera.

Un momento después se oyeron, en la lejanía, clamores extraños, y el contrabandista, mirando a través del humo, vio una brecha sangrienta en las filas del enemigo. Agitó entonces los brazos en señal de triunfo, y los montañeses, encaramados en los parapetos, le respondieron con un hurra general.

En efecto; una columna se puso inmediatamente en marcha en tal dirección, mientras que otra se dirigía a los parapetos para despistar a los sitiados sobre el movimiento de la primera. Materne gritó Juan Claudio . ¿No habría medio de darle un tiro a ese loco? El anciano cazador movió la cabeza y dijo: No; es imposible; está fuera de alcance.

En aquel momento un golpe terrible sacudió los parapetos de arriba abajo: oyose una voz ronca que gritaba: «¡Ay, Dios míoLuego, un ruido sordo a unos cien pasos de distancia, y un abeto se inclinó lentamente y cayó al abismo. Eran los efectos del primer cañonazo; había cortado las piernas al anciano Rochart.

En cambio, desde las ventanas altas del caserón se contemplaba el aliñado verjel de don Alonso, con sus estanques repletos, sus senderos limpios y sus alheñas y arrayanes recortados graciosamente como en los jardines de Italia. Distinguíanse, asimismo, los famosos parapetos imaginados por el hidalgo, y cuyos mosaicos de piedrecitas blancas, negras y coloradas figuraban fábulas de Ovidio.

Tienen una habilidad especial para arrojar las flechas y la lanza desde la altura de sus parapetos, atravesando distancias grandes con certera puntería. Los llamados Juramentados son entre ellos los más temibles; estos fanáticos hacen voto de morir matando, creyendo así conseguir irremisiblemente el Paraíso.

En tal momento, Riffi, poseído de un noble entusiasmo, se deslizó a lo largo del talud, porque acababa de ver, un poco a la izquierda, por debajo de los parapetos, un magnífico caballo, perteneciente al coronel muerto por Materne, que se había refugiado en aquel rincón, sano y salvo. En mis manos caerás se decía Riffi ; Sapiencia se va a quedar asombrada.