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Actualizado: 29 de junio de 2025
¡Qué calor tan sofocante! Prefiero los días de sol; ¿y usted? Antes también los prefería. Hoy me he pasado á los nublados. ¿Y por qué? Por algo extraño que está acaeciendo en mi espíritu y que no acierto á explicarme. He cambiado mucho de gustos de poco tiempo á esta parte, condesa. Pues yo voy á explicarle en dos palabras lo que le sucede. Usted está enamorado, Octavio.
Cuando los nublados ojos de Cervantes recobraron su claridad, hallose en un aposento, no muy grande, teniendo ante sí a doña Guiomar, que pálido el bello semblante, ardiendo los celestes ojos, demudada toda, descompuesto el traje, le miraba con una tan no vista pasión y sentimiento, que no una mujer creyó tener delante de sí Cervantes, sino algo sobrenatural y nunca imaginado.
Vamos al cielo, vida mía respondió la desdichada con los ojos nublados por las lágrimas. ¿Vamos con papá? No pudo responder; se le hizo un nudo en la garganta. ¿Vamos con papá? insistió el chiquito. Detúvose un instante para tomar aliento. Sí, vamos a verle, rico mío dijo al cabo. ¿No quieres ir al cielo con él? No; yo contigo.
Yo, sin hacer caso, volví a preguntar: ¿Estás indispuesta? Entonces, levantando la frente, con los ojos nublados de lágrimas y sonrientes a la vez, exclamó con rabia: ¡Vete, payaso, vete! No quiero que me veas llorar.
»En cuanto el médico, horas después, confirmó aquel risueño parecer mío con el suyo más autorizado, le consulté sobre los propósitos que tenía. Los encontró muy cuerdos. » Es hasta de necesidad me dijo despejar los nublados de esa cabecita; poner en buen orden sus ideas y no consentir que vuelva a llenarse de ellas el depósito.
Venteaba, y todos los árboles, deshojados, accionaban con trágicos ademanes, alzando hacia las nubes grises sus brazos desnudos. Gemía la lluvia en incansable lloriqueo y todo era desolación y acabamiento en el paisaje, lo mismo que en el alma inocente de la niña de los ojos garzos. Nublados de lágrimas, miraban aquellos ojos hacia el pueblo de Luzmela.
Además, era un miedoso, que siempre temía resfriarse y no osaba salir á la calle en los días nublados si le faltaba el paraguas. A él que le hablasen de hombres valientes. No sé... respondía á su madre . Tal vez estará metido en cama, con siete pañuelos en la cabeza. Cuando volvía don Pedro, la casa recobraba su normalidad de reloj pausado y seguro.
En una palabra; esto puede ser la vida y puede ser la muerte; es una probabilidad, no es la certidumbre de salvarla... Los ojos de ambos estaban nublados de lágrimas. Ya no había en aquellos dos hombres encono ni aversión: la amenaza de la muerte parecía restaurar en sus corazones la fraternidad que su pensamiento había roto. Esperaremos dijo tímidamente Marcelo al cabo de unos instantes.
La torcida y dañada conciencia del fiel amante y del marido infiel, se quejaba, no admitía sofismas, allá en los adentros más nublados del turbado Bonis, que entre el sueño y la vigilia se entregaba, mitad por miedo, por desorientarla, como él se decía, mitad por una especie de voluptuosidad nueva y que juzgaba monstruosa, se entregaba a los arrebatos del amor físico, no con gran originalidad por cierto, pero sí con una espontaneidad que era lo que más le remordía en la citada conciencia de amante.
El joven miró á doña Clara pálido, temblando, extendió hacia ella los brazos, cayó de rodillas y lloró. Al amanecer se abrió la puerta del aposento de doña Clara. En el mes de Noviembre amanece muy tarde y los amaneceres son nublados y fríos.
Palabra del Dia
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