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En la lira femenina el cordaje más melodioso pertenece a Adelina Gurrea, toda sentimiento y emoción. Y asombrárase el leyente de que no haya aparecido todavía el nombre del doctor Rizal, cuya soberana poesía Ultimo Adiós ha recorrido el orbe. , Rizal fué poeta; pero secundariamente.

Que se reanude el litigio, que se ventile entre los dos, o que no se ventile por completo; pero que se ponga en tramitación de nuevo, y eso esparcirá muchos de sus nublados y dará alguna entonación al cordaje destemplado de su máquina... Todo eso la debe el desertor, hasta por obra de misericordia. ¿Llegará a pagárselo?

Después, el incendio aumentó; el fuego, saliendo de las tres escotillas a la vez, se unió y se extendió como una vasta cortina de fuego, sobre la cual la armadura y el cordaje del San Pablo se dibujaban en negro.

Salvajes mugidos, aullidos plañideros, estertor y gritos de ahogado, crujidos y lamentos de la pobre nave, que vuelve á revivir como cuando estaba en su bosque y se queja antes de exhalar el último suspiro, todo ese horroroso concierto no impide oir el cordaje que se complace en imitar los agudos silbidos de las serpientes.

Sobre el cielo obscuro moteado de clavitos de luz marcábanse los mástiles y la chimenea como dibujados con tinta china. Pasaban las estrellas de un lado a otro de los palos, cual un chisporroteo de insectos juguetones saltando entre el cordaje. Algunas, empañadas por el temblor del humo de la chimenea, redoblaban sus titilaciones.

¡Solo Dios lo sabe!... Los diamantinos dedos de la aurora perezosamente plegaban los crespones de las sombras, en el amanecer del día en que Doña Luisa debía llegar á bordo del Neblí. El gallardo brik denunciaba en su aparejo, en su fino y airoso casco, en su ligera arboladura, y en lo minucioso de su cordaje, la construcción americana.

Alrededor de la arcada, espesa hiedra tapizaba las paredes y, trepando hasta el tejado, enlazaba las vigas con su cordaje nudoso y se estremecía alegremente por encima de las tejas.

Como no vimos la bala, comenzamos a reír, satisfechos y hasta orgullosos de que nos avisasen tan ruidosamente. Otro cañonazo, pero esta vez con malicia. Nos pareció que un gran pájaro pasaba silbando sobre la barca, y la antena se vino abajo con el cordaje roto y la vela desgarrada. Nos habían desarbolado, y al caer el aparejo le rompió una pierna a uno de la tripulación.

El pobre compañero se revolvía como una lagartija, tendido en la proa, tentándose la pierna rota, lanzando alaridos y pidiendo por todos los santos un trago de agua: ¡para contemplaciones estaba el tiempo! Nosotros fingíamos no oírle, atentos únicamente a nuestra faena, separando el cordaje y atando a la antena la vela de repuesto, que izamos a los diez minutos. El patrón cambió el rumbo.

Y los marineros de proa contestaban con un grito o un gruñido para dar a entender que no dormían. Tripulantes y pasajeros formaban corrillos en la obscuridad, hablando de los misterios y leyendas del mar, dando nombres y propiedades mágicas a los astros que brillaban entre el cordaje y las velas negras.