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Y como al asomar la aurora por el estrecho horizonte de Villabermeja el tío Gorico, según su expresión, mataba el gusanillo, resultaba que casi todo el día estaba calamocano, porque aquel fuego que encendía en su ser con el primer fulgor matutino, se iba alimentando, durante el día, merced á frecuentes libaciones.

En esta confusión, cuando Juanito, sacando los codos, guardaba de empujones a las dos mujeres, vio a corta distancia a su familia y la del señor Cuadros. Desde las Pascuas que era grande la intimidad entre las dos familias; Juanito había oído hablar la noche anterior de cierto plan de esparcimiento matutino, como principio de fiesta, por ser los días de Amparito.

La corta duración del crepúsculo matutino crea la admiración, la del vespertino, los recuerdos. Estos, para una madre alejada de su hijo, representa una lágrima; para el amante, un suspiro; para el poeta, una inspiración. Todas las ideas que nuestra mente forja ante el sol que desaparece, son otros tantos pensamientos de amor.

El lance es inevitable. Inevitable gritó Relimpio descargando el puño sobre la mesa y rompiendo un plato . Elija usted hora y arma. Si quiere usted, a la hora del alba... Al matutino albore...». Lo más particular fue que Bou, que también era hombre incapaz de llevar con aplomo tres copas de vino blanco, empezó a disparatar.

El sol chispeaba en la mica de las peñas, en la reja de los arados, en el agua del río, fingiendo como un chubasco de luz, a lo lejos, sobre las sierras de Villatoro. Todo parecía impregnado de claridad y de matutino frescor, hasta el tañer de las campanas, el sonido de los yunques, y el cantar de los tejedores y caldereros en el morisco arrabal de Santiago.

Algunos galanes, de calzón corto de pana y chaqueta verde o amarilla, platicaban con ellas desde abajo, con la montera terciada sobre una oreja para más presumir. Algún que otro borracho matutino excitaba la risa de la gente que andaba cerca con sus groseras ocurrencias.

Estaba antes obcecado; aquella luz no podía ser la de las ocho, eran las siete menos cuarto, aquello era el crepúsculo matutino, ahora estaba seguro.... Pero entonces ¿quién le había adelantado el despertador más de una hora? ¿Quién y para qué? Y sobre todo, ¿por qué este accidente sin importancia le llegaba tan adentro? ¿qué presentía? ¿por qué creía que iba a ponerse malo?...».

Así es, que, cuando miraba yo mi espíritu por el lado de mi profundo dolor de viuda, veía lúgubre y tristísima noche; pero, al mismo tiempo, por el lado contrario, empezaba a clarear, como cuando por el Oriente nace el alba, y hasta pensaba oír yo el leve susurro del viento matutino y allá más lejos el melodioso canto de los pájaros.

Allí aparecieron, arrebatados de una mano a otra mano, los primeros números de aquellos periodiquitos tan inocentes, mariposillas nacidas al tibio calor de la libertad de la imprenta, en su crepúsculo matutino; aquellos periodiquitos que se llamaron <i>El Revisor Político</i>, <i>El Telégrafo Americano</i>, <i>El Conciso</i>, <i>La Gaceta de la Regencia</i>, <i>El Robespierre Español</i>, <i>El Amigo de las Leyes</i>, <i>El Censor General</i>, <i>El Diario de la Tarde</i>, <i>La Abeja Española</i>, <i>El Duende de los Cafés</i> y <i>El Procurador general de la Nación y del Rey</i>; algunos, absolutistas y enemigos de las reformas; los más, liberales y defensores de las nuevas leyes.

La frescura del aire matutino entibió, a su parecer, aquella a modo de fiebre que en sus venas ardía.