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El crepúsculo matutino es la actividad, la vida. El vespertino es el sentimiento, la poesía. Aquel, la juventud, la primavera; este, el otoño, la melancolía.

El señor Esteban asistía silencioso y de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia Nacional de Toledo. Terminó la guerra y se desvanecieron las últimas ilusiones del jardinero. Cayó en un mutismo de desesperado: no quería saber nada de fuera de la catedral. Dios había abandonado a los buenos; los traidores y los malos eran los más.

A par que se complacía en él, se afligía de haberle pagado tan caro. En la melancólica hora del crepúsculo vespertino su preocupación fue más intensa y revistieron más negros colores los fantasmas de su imaginación atribulada. Parecía que estos fantasmas, saliendo de lo profundo de su mente, tomaban cuerpos vaporosos y se proyectaban y se hacían visibles en el aire.

La corta duración del crepúsculo matutino crea la admiración, la del vespertino, los recuerdos. Estos, para una madre alejada de su hijo, representa una lágrima; para el amante, un suspiro; para el poeta, una inspiración. Todas las ideas que nuestra mente forja ante el sol que desaparece, son otros tantos pensamientos de amor.

¡Cuántas veces el aroma de la flor, ó el murmurio de la fuente, son los medios de que el Hacedor se vale para susurrar en el alma querida, esas mudas y misteriosas palabras que se escriben en el grandioso libro de la naturaleza! Una de las sublimes páginas de ese gran libro que abraza toda la creación, y que solo á su Autor le es dado hojear, la compone el crepúsculo vespertino.

Ni el catavientos, ni las nubes, ni el barómetro, ni el cariz del cielo nos presagiaban señales de viento, reinando absoluta inmovilidad en las ondas y en las lonas. En tal estado, vino el crepúsculo vespertino. El que no ha contemplado un crepúsculo vespertino en las zonas intertropicales, no ha visto la celeste bóveda en toda su belleza.

Cesó en su soliloquio, como para oír lo que el silencio de Raíces, a la luz del crepúsculo, le decía. Una campana, muy lejos, comenzó a tocar la oración de la tarde. Bonis, a pesar de su dudosa ortodoxia, se quitó el sombrero. Y recordó las palabras con que su madre empezaba el rezo vespertino: «El ángel del Señor anunció a María...».

Y Gallardo respiró al decir esto, como si se librase del peso de un gran miedo. Entraron en la casa de doña Sol. El patio era de estilo árabe, recordando sus arcadas multicolores de fina labor los arcos de herradura de la Alhambra. El chorro de la fuente, en cuyo tazón coleaban peces dorados, cantaba con dulce monotonía en el silencio vespertino.

Sandy permanecía inmóvil; el sol descendió más y más, y entonces el reposo de este filósofo fue interrumpido, como otros filósofos lo han sido, por la intrusión de un sexo poco amigo en general de elucubraciones filosóficas. Doña María, como la llamaban los alumnos que acababa de despedir de la cabaña de madera con pretensiones de colegio, situada al extremo del pinar, daba su paseo vespertino.

No anduvieron desacertados en elegir tal oportunidad: ciertamente nunca el ánimo del hombre se halla tan propicio á conceder cualquiera favor, como después de haber comido bien y paseado por un campo delicioso, gozando y admirando á la puesta del sol las hermosas y melancólicas perspectivas de la naturaleza. Aquel día, como los demás, salió el P. Prior á dar su vespertino paseo.