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Para que no se dude de mi veracidad, quiero trasladar aquí un párrafo del <i>Conciso</i> que conservo en la memoria: «Otro de los medios indirectos decía pero muy poderoso, para renovar el entusiasmo, sería volver a usar el antiguo traje español. No es decible lo que esto podría influir en la felicidad de la nación. ¡Oh, padres de la patria, diputados del augusto congreso!

El estilo terso, conciso, lapidario, epigráfico, y lleno de precisión de Goethe, llega, en esta segunda parte, al último límite de la nitidez, de la elegancia desnuda de hojarasca e inútiles adornos, y de la sobriedad significativa e intencionada. ¿Cómo, pues, decir con tal estilo lo vago, lo incierto, lo indeciso, lo que nadie entiende, ni tal vez el poeta que lo escribió? Esto no puede ser.

La rima además tiene graves inconvenientes, cuando para vencer su dificultad, se emplean sobrados epítetos y participios en «oso, osa, ente y ante, ado y ada». Como quiera que sea, en este libro de El jardín de los poetas encuentro yo mejor y más brioso, inspirado y conciso que lo rimado, lo que está en endecasílabos libres.

Allí aparecieron, arrebatados de una mano a otra mano, los primeros números de aquellos periodiquitos tan inocentes, mariposillas nacidas al tibio calor de la libertad de la imprenta, en su crepúsculo matutino; aquellos periodiquitos que se llamaron <i>El Revisor Político</i>, <i>El Telégrafo Americano</i>, <i>El Conciso</i>, <i>La Gaceta de la Regencia</i>, <i>El Robespierre Español</i>, <i>El Amigo de las Leyes</i>, <i>El Censor General</i>, <i>El Diario de la Tarde</i>, <i>La Abeja Española</i>, <i>El Duende de los Cafés</i> y <i>El Procurador general de la Nación y del Rey</i>; algunos, absolutistas y enemigos de las reformas; los más, liberales y defensores de las nuevas leyes.

Y sacaron un diminuto papel, húmedo aún como recién salido de la prensa, el cual era una especie de suplemento, hijuela y lugarteniente de <i>El Conciso</i> grande, y en su lenguaje figuraba un niño que venía a contarle a su papá lo que ocurría por las Cortes. <i>El Concisín</i> dice: «Después del Sr.

Sus palabras van tan prontas, que en un segundo refiere un silfo una historia que el más conciso de nosotros tardaría tres o cuatro horas en contar. Todo lo que entre nosotros es extenso, es intenso entre los silfos.

Con los otros capitalistas de la población muchos de ellos compañeros de la juventud, que habían marchado juntos con él en la primera etapa por el camino de la fortuna se comunicaba telefónicamente tuteándose, pero en estilo conciso y seco, como si la riqueza hubiese secado los antiguos afectos.

Por fin, después de prometer de nuevo disimular, ocultar su dolor, su ira, lo que fuera, pero sólo por aquella noche, llamó el digno regente jubilado con el mismo aldabonazo enérgico y conciso con que hacía retumbar el patio, cuando la casa era honrada y el jefe de familia respetado y tal vez querido.

Y le volvió la espalda para aprovechar el tiempo, antes de que cambiase el vuelo de la suerte. El coronel había comido en el Café de París, rumiando mentalmente los párrafos del acta del encuentro. La consideración de que todos confiaban en su pericia le hacía ser muy exigente consigo mismo. Deseaba algo conciso y brillante que inspirase respeto á aquellos muchachos gloriosos.

Tristán comenzó a mostrarse preocupado, a emplear un estilo más conciso, que poco a poco se convirtió en displicente. Clara lo observó, pero como ya estaba acostumbrada a estos cambios repentinos de humor, que rara vez persistían largo tiempo, no hizo en ello mucho alto. Sin embargo, se trataba de asuntos que atañían a su próximo enlace y el acento de su novio sonaba por momentos más displicente.