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En las ferias de Guinea nos compráis, como si fuéramos acémilas, para forzarnos á que trabajemos en no qué faenas tan penosas como ridiculas; á vergajazos nos haceis horadar los montes para sacar una especie de polvo amarillo que para nada es bueno, y que no vale, ni con mucha, un cebollino de Egipto.

Moharracho es el que se disfraza ridículamente en alguna función para alegrar ó entretener á otros, haciendo gestos, ademanes ó muecas ridículas. Botarga es el vestido ridículo de varios colores, que se usa en las mogigangas y algunas representaciones teatrales.

Pero María se irritó; quiso que fuesen más fuertes. No, así no; con más fuerza... Pero espera un instante; déjame quitar estas joyas, que son ridículas en este momento. Y velozmente sacó todas las sortijas de los dedos, se arrancó los pendientes de las orejas y depositó el puñado de oro y pedrería a los pies de Jesús.

Si él dejaba su moneda sobre la mesa cincuenta veces más, las cifras de la astronomía iban á resultar despreciables y ridículas al lado de una ganancia obtenida en cien minutos.

Juan tuvo un violento acceso de desesperación, cuando se encontró solo. ¡Ah! era siempre el hombre del pueblo, sin delicadeza alguna. Acababa de hacer algunas observaciones ridículas, ¿y con qué derecho? Decididamente nunca sería un hombre de mundo.

Y yo le adivinaba, no como pasión que tuviese en la menor impureza, sino como sentimiento etéreo, inmaculado, que no es amor, ni es amistad; que no ha de tener nombre; que es inefable en todo lenguaje de la tierra; que si tiene nombre ha de ser en el cielo. ¿Qué quieres? Vanidad de mujer. Novelas ridículas que nosotras nos forjamos en la imaginación y que, sin duda, no tienen realidad alguna.

Es que... entiéndelo bien... nunca me resignaré a que mi amor sea cosa de juego. Yo podré no tener exigencias ridículas; pero tampoco me dejaré tratar como... ya me comprendes. Don Juan, no sabiendo qué responder a tan sinceros avisos, se contentaba con mirarla rendidamente.

¡Diga usted, Teresa, diga usted! ¡No, Tere! suplicó Luisa. ¡Pues lo he de decir!... Pues, ¡vaya, que... esa señorita nos... choca! ¿Y por qué? ¡Friolera! exclamó Luisa. ¿No la ve usted tan pagada de , y tan orgullosa, que a todos desprecia, y que dice que todas las vilaverdinas somos unas payas..., unas ridículas.

Se habló de lo pasado. «En rigor, siempre se habían querido; había algo que les unía a pesar suyo. Se tronaba porque la constancia es imposible y hastía al cabo; eran ridículas unas relaciones muy largas; esto lo habían aprendido los dos en Madrid. Los matrimonios deben aburrirse a los dos años, a más tardar; los arreglos pueden tirar algo más, poco».

¡Es que ya estás curado!... ¿Vamos?... Te has pasado acumulando lágrimas engendradas por preocupaciones ridículas, mientras tu organismo se viciaba por influencia de esas mismas preocupaciones, y libre de ellas, han bastado unas cuantas horas y un poco de aire puro y de nuevas perspectivas para que tu organismo se revolucione y arroje de al déspota que lo esclavizaba... y que ha salido... ¡llorando!... ché... así son los tiranos...