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Con este fin estuve muchas veces en la gran sala de descanso, y atravesé otras tantas los pasillos y las avenidas del anfiteatro y palcos principales. Entre algunos ornatos de un efecto bien comprendido ¡cuántas composturas exageradas y ridículas! ¡Cuántos disfraces! ¡Cuántas máscaras!

Pues bien, el amor de Dios, a su manera, podía tener sus niñerías, sus nimiedades, ridículas para las almas frías, indiferentes». Hasta llegó a comprender los superlativos de letanía de doña Petronila o sea el gran Constantino.

El curso de los siglos podia desarrollar y perfeccionar las formas del mono, é igualarlas con las vuestras; podia desarrollar y perfeccionar su masa cerebral de tal suerte que de los descendientes de ese mono que os divierte con sus movimientos extravagantes y sus actitudes ridículas, nacieran hombres como Platon, san Agustin, Leibnitz ó Bossuet.

¡Para qué, señora! ¿para qué? Ni por qué le he contado a usted ya tantas cosas ridículas, y para usted, probablemente, ininteligibles... como son los sueños del demente para los cuerdos.

Aquellas exageraciones, que tal le habían parecido en otro tiempo, ahora las encontraba justificables, como los amantes se explican las mil tonterías ridículas que se dicen a solas. «¿No había en los amores humanos un vocabulario infantil, ridículo, sin sentido para los profanos? , lo había, ella no podía asegurarlo por experiencia, pero lo había leído y el corazón se lo confirmaba.

Tiboulen necesitaba que se ocuparan de él con cualquier motivo, y reñía con los compañeros de prisión y dirigía mil ridiculas amenazas a los carceleros. Esta clase de hombres, que viven únicamente para la galería, producen alternativamente cólera y desprecio.

En todo caso añadió la Bonnetable más y más ofendida por la oposición de la abuela, la de Brenay es ridícula y su hija también... ¡Oh! protestaron las señoras en coro. Eso se llama ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio dijo Francisca a media voz. , son ridículas, lo mantengo replicó la Bonnetable, dispuesta esta vez a dar la cabeza, si era preciso, para sostener su opinión.

Al llegar a las puertas de la villa, que era cercada, salió el regimiento del pueblo a recebirle; tocaron las campanas, y todos los vecinos dieron muestras de general alegría, y con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor a dar gracias a Dios, y luego, con algunas ridículas ceremonias, le entregaron las llaves del pueblo, y le admitieron por perpetuo gobernador de la ínsula Barataria.

Entre las mil mojigangas ridículas de que tantas veces se había reído en las logias, destacábase entonces en su imaginación algo terrorífico, algo amenazador, que tomaba forma sensible en aquella palabra misteriosa que siempre había pronunciado riendo y recordaba ahora temblando: ¡Neckan! ¡Venganza!... Preciso era obrar con prudencia y reflexionar, y pesar, y medir, y decidir sin tardanza...

Hasta para las acciones más ridículas hallaba siempre palabras indulgentes de disculpa; exaltaba las buenas cualidades de sus amigas; a todas las encontraba hermosas, elegantes o discretas; los amigos eran ingeniosos, leales, cariñosos; de Villa dijo primores. «¡Qué persona más simpática, ¿verdad? ¡Tan fino, tan servicial! Luego tiene un corazón de niño.