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Actualizado: 12 de junio de 2025
El marsellés tenía esa amargura y esa personalidad de los mediterráneos excesiva, aparatosa, unida al patriotismo petulante y exaltado de los franceses. Tiboulen no era un hombre violento y malo como Ugarte; estando solo era razonable, pero cuando tenía público se volvía loco.
A veces yo deseaba que arrancaran la piel a golpes a semejante idiota; otras me daba lástima verle entregado sin defensa a la brutalidad de sus verdugos. A Tiboulen y a Ugarte los llevaron a otra cuadrilla y nos dejaron en paz. Los primeros meses, Allen y yo nos dedicamos a estudiar sistemáticamente todas las formas y posibilidades de fugarse.
Tiboulen necesitaba que se ocuparan de él con cualquier motivo, y reñía con los compañeros de prisión y dirigía mil ridiculas amenazas a los carceleros. Esta clase de hombres, que viven únicamente para la galería, producen alternativamente cólera y desprecio.
A mí me acusaba de adulador y de vil porque no protestaba. No le podía convencer de que una protesta que no sirve mas que para que a uno le castiguen nuevamente, es una necedad. El marsellés, que se llamaba, no sé si de nombre o de apodo, Tiboulen, era, por otro estilo, un hombre molesto. Lo que en Ugarte era dignidad vidriosa, en Tiboulen era patriotismo y odio a los ingleses.
Palabra del Dia
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