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Actualizado: 25 de junio de 2025
Cuando pienso que un viejo fanático y tres mujeres ridículas están hoy en el mundo sólo para mortificarte y asesinar lentamente á la más noble y amable criatura que ha nacido. Si á mí no me atormentan dijo Clara, cuya atroz inquietud se manifestaba en un llanto entrecortado, que acobardó por un momento al galán aventurero.
No entraré a apreciar ni la importancia real de estos estudios ni las fases incompletas, presuntuosas y aun ridículas que presentaba aquel movimiento literario; eran ensayos de fuerzas inexpertas y juveniles que no merecerían recuerdo si no fuesen precursores de un movimiento más fecundo en resultados.
Con nosotros viene el estudioso y aventajado joven D. Evaristo Batlle, médico titular de la provincia; lleva poco tiempo en ella, y todavía no ha podido desterrar con su ciencia las ridículas y hasta estrafalarias prácticas de los mediquillos. El doctor nos acompaña como simple curioso, si bien, va animado de los mejores deseos humanitarios.
Su petulancia social ó de nacionalidad, que no le va en zaga á la de los Portugueses, les obceca de tal modo que, llevándoles hasta el quijotismo estéril y las mas ridículas exageraciones, no les deja reconocer el atraso de su pais.
Al principiar este trabajo dijimos, y si no lo hacemos ahora, que si algún mérito tiene, es, que lo en él escrito, es producto de la verdad, y no emanación de ridículas fábulas, propias de una novela mas no de un viaje.
Atravesaba por una de esas situaciones en que el individuo más manso siente violentos deseos de estrangular a alguien y de romper cualquier cosa. Los nervios que no se pueden calmar con lágrimas, tienen que estallar de cualquier modo y a mi me dio con mis hombrecillos de terracota cuyas muecas y sonrisas me parecieron de pronto odiosas y ridículas.
En la apariencia, la amistad entre ellos seguía inalterable. La poca gente imparcial que había en Sarrió iba creyendo que no había misterio alguno en su traslación y que todo era imaginaciones ridículas de los del Camarote, a quienes cegaba el deseo de vencer a sus contrarios. Sin embargo, pasaban los días, había entrado ya septiembre, y ni el hijo ni el hermano del magnate acababan de llegar.
En vez de modelar los elementos primitivos y populares del drama, acomodándose al espíritu de la época y al especial de las naciones, y limitándose únicamente á imitar la forma artística más perfecta de los antiguos autores, empezó á caer en desprecio el elemento artístico popular, y se intentó dar vida á lo que carecía de principios vitales, creándose verdaderos monstruos, por su forma parodias ridículas de los antiguos, por su fondo á inmensa distancia de ellos, sin sólida base y sin vida natural y propia.
La prueba de que entregados con naturalidad á su propio entendimiento no verian tan erradamente los objetos, y de que el caer en ridículas aberraciones procede mas bien de un deseo de singularizarse convertido en hábito, está en que suelen distinguirse por un espíritu de constante oposicion.
Durante los dolorosos siglos de la Edad Media, el temor transformó los hombres, y este sentimiento funesto les hizo ver caras gesticulantes y ridículas, en donde nuestros antepasados sorprendieron la sonrisa de los dioses, transformando en antesala del infierno la alegre tierra que para los helenos fué la base del Olimpo.
Palabra del Dia
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