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«Porque mirosté, maestro, lo que les atufa es el aquel de haber estado mi endivido en Cartagena... Y yo digo que a mucha honra, ¡re-hostia! Allí estábamos los verídicos liberales. Y a cuenta que yo, tocayo, toda mi vida no he hecho más que derramar mi sangre por la judía libertad. El 54, ¿qué hice?, batirme en las barricadas como una presona decente.

Maissonnave lo tomó como una ofensa personal, y me desafió, ¡a , que, como el don Diego de Flor de un día, mataba las golondrinas con bala y era digno rival en esgrima de mi maestro valenciano don Juan Rives! Pero mis creencias religiosas no me permitían batirme. Así se lo dije a Maissonnave en una carta; pero añadiéndole que aquellas creencias no me impedían defenderme.

He debido tomar algo pensó, para tener fuerzas: si el cuerpo desfallece, el espíritu se amilana... No es extraño, pues, que me sienta sin valor y eche mano de todos los sofismas de la cobardía para convencerme que no debo suicidarme; a los condenados a muerte, se les da un cordial, para que resistan: con razón, el armero me preguntó si iba a batirme, porque estaba muy pálido... pálido de debilidad y no de miedo, debilidad de estómago, entendámonos... aquí me encuentro mejor... pero, todavía no, más tarde; hay tiempo.

Es posible que yo no me batiese, aunque supiera batirme; como es posible que no ejecutase la Marcha fúnebre, aunque supiera ejecutarla; pero si alguien me pide alguna vez que ejecute esta marcha, yo no me voy a salir diciéndole que prefiero otra marcha más jovial, o que no me inspira simpatías la autonomía de Polonia, tierra del autor, sino, sencillamente, que no tocar el piano.

Te advierto que, aunque abogado, tengo algún valor además del cívico, y me siento capaz de batirme. ¡Acabáramos! Ya ve usted que hasta le concedo la ventaja de la elección de armas, porque soy yo el ofensor. Me son indiferentes, pues no he tenido hasta hoy en mi mano una pistola ni una espada. Yo llevaré unas y otras al terreno, y sus testigos elegirán. Indique usted la hora.

El príncipe interrumpe con su mudo llamamiento unas explicaciones de la guerra que hacen estremecer á las dos damas. Coronel: un asunto de honor. Quiero batirme mañana. Busca otro padrino. Toledo parece desconcertado por la orden. Su primer pensamiento vuela hasta Villa-Sirena. Ve el negro levitón, la vestidura solemne del honor pronta á salir de su encierro.

Compare, no comprendo esa necesidá; pero si uté lo ziente, no debía darme aviso, porque ahora va a coztarle una mijita más de trabajo. No soy un asesino. Aunque lo que usted ha hecho conmigo es una indignidad..., una porquería, voy a hacerle a usted el honor de batirme con usted.

Cuando halló a Pablo, le dijo reservadamente: Contigo puedo hablar con franqueza. Eres un hombre y sabes bien que hay en la vida cosas inevitables. Acaban de irse los padrinos del Duque, y acabo de engañar a Cecilia prometiéndole no batirme. Como comprendes, eso es imposible...

Tal vez pasé entre la gente con demasiada violencia. El público debió creer que era alguna farsa mía y acudieron los empleados, y muchos espectadores me cerraron el paso. Intenté hablar y no me dejaron. No quisieron oir mis explicaciones; me creían borracha. Acabé por batirme á puñetazos con los que me empujaban hacia la puerta. Llamaron al mismo agente que está ahora aquí.

Se hallaba cansado del mar, de la vida agitada del barco negrero, y quería recalar en un rincón y pasar unos años carenándose. Yo le dije que a , por el contrario, me faltaba la vida agitada como la que llevaba en el Asia con sir Wilkins; batirme todos los días, pasar a cuchillo al que se me pusiera por delante, y morir cualquier día de un balazo en la borda de un barco.