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José Luis se resintió y ella, extremosa como es, quiso a toda costa dejar la estancia y escribió a Eduardo pidiéndole que fuera a buscarla. Ya ellos mismos no pudieron entenderse como antes; además, se terminaban las vacaciones y como ella estafa todavía en la Santa Unión, pasó un año; él se fue a Europa y todo concluyó así... ¡Oh, es seguro! ¡La felicidad de Laura la deshizo Zoraida!

Apoderóse de él doña Juana, por ver si hallaba un poco de luz en tan pavorosa obscuridad; y aunque no comprendió por la lectura de las desvencijadas frases toda la verdad, temió lo más malo; y como en todo era extremosa, se desplomó sobre su marido, formando los dos cuerpos en el suelo un solo montón, y no pequeño.

Al fin, el pobre embajador no vio más sitio disponible para sus talentos que las repúblicas de América; pero como era un señor de buenos principios, amigo de los reyes, prefirió morirse... Y no creas que la niña se contentaba sólo con el personal que come y baila en los palacios reales. ¡Si fuese verdad todo lo que cuentan!... Esa chica es lo más extremosa: o todo o nada; tan pronto se fija en lo más alto, como busca arañando debajo de tierra.

¿A que te sangran a ti todavía las cicatrices? le dijo Sagrario, encarándose valientemente con ella. ¡Si no me río por eso, extremosa! Pues ¿por qué te ríes, prudente? Porque, en tu afán de abrir los ojos a ésta, vas a concluir por hacerle aborrecible aquello mismo que tratamos de hacerle amable... y que tanto nos gusta a nosotras. ¡Bah!..., ese no es caso de risa. ¿Lo dudas? Es que no lo creo.

No había cosa más adecuada al temperamento de Amparo, tan amiga del ruido, de la concurrencia, tan bullanguera, meridional y extremosa, tan amante de lo que relumbraba.

Nunca me pareció, a la verdad, sino una chica muy inteligente, muy discreta... Porque contigo siempre se ha hecho la niña mimada... Te repito que ha salido a su padre en todo. Extremosa, llena de fantasías, inquieta, siempre soñando locuras.

¡Calle usted! murmuró suplicante. Me da vergüenza oír hablar de aquellos tiempos. ¿Por qué? replicó Delaberge, extrañado de una tan extremosa castidad. En nuestra edad, señora, ya no hay peligro alguno... Y además, si cometimos en otros tiempos el error de ser demasiado jóvenes, fue aquello un pecado del que ya no queda hoy el menor rastro.

Eso... un estímulo fuerte, algo que le ocupe la atención con... fuerza...; una actividad... grande... en fin, eso... que es extremosa por temperamento.... Ayer era mística, estaba enamorada del cielo; ahora come bien, se pasea al aire libre entre árboles y flores... y tiene el amor de la vida alegre, de la naturaleza, la manía de la salud.... Es verdad; no habla más que de la salud la pobrecita.

¿Cómo? usted me asusta. Pues no hay por qué. Doña Ana es así; extremosa... viva... exaltada... necesita mucha actividad, algo que la estimule... necesita.... Benítez mascaba el cigarro y miraba a don Víctor, que abría mucho los ojos, con expresión misteriosa de lástima un poco burlesca. ¿Qué necesita?

Demasiado es en ellos esa suspicacia extremosa que forma su carácter, primer testimonio de que no carecen de criterio. ¡Ojalá supieran educarle, y entonces no emplearían aquélla en dudar de todo el mundo, ni se acarrearían esas guerras intestinas que los lleva á cada instante á disputar sus derechos ante los tribunales de justicia, consumiendo en empresas tales el fruto de sus faenas, mientras sus hijos se arrastran desnudos, pidiéndoles un pedazo de pan que no siempre reciben!