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La sonrisa que contraía mi rostro desde que me presentara a él era tan extremosa, que ya me dolían las mandíbulas. De buena fe creía que me había explicado perfectamente y que no quedaba nada por decir. Así que me dejó estupefacto la respuesta del cura. Pero vamos a ver, ¿qué tengo yo que partir en todo eso?

Anita me engaña, es una infame ... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».

Este un día le declaró seriamente que debía obedecer a su madre. Zoraida, decepcionada, recurrió directamente a la superiora de las Salesas, quien la aconsejó de acuerdo con el sacerdote. Entonces su naturaleza extremosa se sublevó. Juró que abandonaría toda tarea religiosa, que no pisaría más el confesionario y que hasta dejaría de ir a misa. Y ese juramento añadió Carmen lo ha cumplido.

Su blancura, su transparencia nítida, lo afilado de los dedos, lo sonrosado, pulido y brillante de las uñas de nácar, todo era para volver loco a cualquier hombre. El virtuoso vicario comprendió, a pesar de sus ochenta años, la caída o tropiezo de D. Luis. ¡Muchacha exclamó , no seas extremosa! ¡No me partas el corazón! Tranquilízate. D. Luis se ha arrepentido, sin duda, de su pecado.