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Durante los cuarenta días que pasaron ambos hermanos en casa del cura de Elizondo, nada ocurrió de memorable, si no es un ligero alivio de Carlos y la constante humanidad de Salvador, que preparaba lo necesario para sacar al enfermo de aquel país y conducirle a un asilo de orates.

Un criado venía a buscarlo para conducirle al lado del señor Aubry. Apresuradamente, Juan pasó el pañuelo por su cara y salió de la pieza. Entonces María Teresa entró, y a su vez se detuvo ante la imagen que había suscitado aquella crisis dolorosa. Una suave melancolía se apoderó de ella, mientras contemplaba su retrato.

Abuelo, vamos, haga Vd. un esfuerzo para levantarse, dijo la niña mendiga, pues aquí vienen un señorito y una mujer para ayudarme a conducirle a Vd. al pueblo. El hombre, exhalando gemidos, se movió pesadamente como si le faltara la fuerza para levantarse, luego apoyó una rodilla, después la otra y por fin las manos, quedándose a gatas y bajando la cabeza como si quisiera ocultar su cara.

Venga usted conmigo continuó el barón , y yo le juro que le haré encontrar diversiones más dignas de usted. No tema usted perder en el cambio; en nuestro mundo se vive bien, y usted lo sabe mejor que nadie. Ya supondrá usted que no he venido aquí para conducirle a su casa; para eso le hubiera enviado a un misionero. ¡Qué diablo! en parte yo también soy de la escuela de usted.

La silla avanzaba. Por fin, después de largo lapso de tiempo, difícil de apreciar, se detuvo. Ramiro, al descender, hallose en una cuadra ruinosa y obscura. La anciana vendole los ojos con negra tira de lienzo y, tomándole de la mano, comenzó a conducirle a lo largo de algún corredor subterráneo, a juzgar por el frío que sentía en las espaldas y el olor terroso del ambiente.

Se dejó caer al suelo con señales cadavéricas en el rostro. Instantáneamente, un golpe de gente acudió a levantarle, mientras otro sujetaba a la costurera. Al conducirle a la casita próxima de un aldeano, Pablo creyó escuchar confusamente los gritos de Valentina, que intentaba desasirse de los que la tenían, para rematarle, sin duda. La noticia se extendió por la romería.

En el momento en que, recién llegado de Nueva York, saltaba Manuel desde el vapor que le había traído, al bote que debía conducirle hasta el muelle, estaban en la entrada del puerto dos ingenieros holandeses haciendo las primeras pruebas de una lancha movida por un aparato de su invención, llamado «propulsor de reacción». Quizá, como señora, no entienda V. bien lo que esto significa, ni esta es ocasión de explicárselo.

Declaróme honrada y lealmente que así era la verdad; y con esto y un poco de astucia mía, fuimos entrando paso a paso en el terreno a que yo deseaba conducirle, o mejor dicho, fui sabiendo de él todo lo que necesitaba para acabar de conocerle «por dentro». A él, que estudiaba tercero del bachillerato en Santander, lo mismo le daba.

El viejo Brull, que por avaricia y por prudencia, tenía a su hijo a media ración como él decía sólo le enviaba el dinero justo para vivir; pero víctima a su vez de aquellas malas artes con las que otro tiempo explotaba a los labriegos, había de hacer frecuentes viajes a Valencia, buscando arreglo con ciertos usureros que hacían préstamos, al hijo en tales condiciones, que la insolvencia podía conducirle a la cárcel.

Se puso el gabán de pieles, hizo un signo amistoso al criado y acompañado por él salió al patio, se dirigió á su coche y dió orden de conducirle á casa del señor Tragomer. Eran las cuatro. El coche rodaba al trote cadencioso del caballo, y Marenval, arrebujado en un rincón, reflexionaba sobre los datos contradictorios que acababa de oir acerca del personaje que le interesaba.