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Actualizado: 30 de abril de 2025
Pero al propio tiempo su conciencia no le permitía desmentir lo que acababa de sostener. La dignidad por delante. Estuvo luchando un rato entre la piedad y el deber, y como el ciego volviese a preguntarle con insistente afán: «¿pero es cierto que al morir nos convertimos en berzas...?» le replicó el apóstol: «Le diré a usted... hay opiniones... No haga caso.
¿Sois la hija del cocinero mayor? dijo Dorotea. Soy su mujer contestó con cierta mortificación Luisa . ¿Para qué queréis á mi marido? Para hablarle. Acaba de salir. No importa dijo Dorotea entrándose en el cuarto . Le esperaré. Pero yo, señora, no os conozco. No le hace; vengo á preguntarle una cosa importante.
En la estancia van a conocer ustedes a Baldomero, el capataz, un tipo genuinamente criollo, que ha tenido sus contrastes y sus desgracias, pero que es amable y jovial en todos los casos y que al preguntarle una vez: «¿Cómo le va, Baldomero?...» me contestó así: «Aquí vamos, don Melchor, tragando amargo y escupiendo dulce.» ¡Qué hermoso! dijo Lorenzo.
Satisfecha su justicia, D. Miguel se volvió al sitio que ocupaba antes. Cuando el desdichado músico vino a preguntarle por qué había hecho aquello, respondió que él no quería gorrones en la iglesia y que hiciese el favor de marcharse con su armatoste más lejos, porque no daba palabra de contenerse.
-No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna. No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allá pasaba, sin haberse movido del jardín.
Se había cortado la barba y los cabellos, pero le Tas se guardó bien de preguntarle por qué. El esplendor de la casa lo deslumbró; la dignidad severa de la señora Chermidy le impuso el mayor respeto. La hermosa bribona había adoptado una cara de procurador imperial. Lo hizo comparecer ante ella y lo interrogó sobre su pasado como mujer que no se equivoca.
En vez de tratar de amenazarme, soy yo quien tiene derecho de preguntarle por qué le encuentro a usted aquí... con ella. ¡Voy a decírselo! grité encolerizado, ardiéndome las manos de deseo de darle a ese imprudente bribón una buena y merecida lección. Estoy aquí para protegerla, porque temo por su vida. Y permaneceré aquí hasta que usted se vaya.
¿Pero qué te ha ocurrido? volvió a preguntarle su mujer. Nada, hija mía, que hoy se me ha caído la venda de los ojos. El amiguito García, ese desdichado a quien sólo por compasión admitía en mi casa, me estaba arrancando esta tarde la piel de lo lindo con mi otro amigo Estévanez.
Cuando, volviendo aún la cara, repetía entre sollozos el «mea culpa» de la penitencia infantil, «que no lo quería hacer», ocurriósele al maestro preguntarle por qué había dejado la clase dominical. Ella no quería deber nada a nadie que la odiase. Sí; ella le había dicho esto a Mac Sangley. «Sí, se lo había dicho». El maestro se rió.
Sus manos temblaban de emoción y sus mejillas estaban surcadas por gruesas lágrimas. Marenval, en tanto, reflexionaba profundamente. Por fin el criado, viendo que su interlocutor no le hacía más preguntas, se atrevió á formular una á su vez. Si el señor me permitiera preguntarle por qué razón vuelve sobre ese triste pasado.
Palabra del Dia
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