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El 21 de junio de 1832, Fernando VII, arrastrando los pies más por la gota que por los años, y María Cristina, en todo el apogeo de su lozanía y su belleza, sacaban de pila en la colegiata e iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, del Real Sitio de San Ildefonso, a un niño que se llamó Fernando, Cristián, Robustiano, Carlos, Luis Gonzaga, Alfonso de la Santísima Trinidad, Anacleto, Vicente.

Reverendísimo padre, me vuelvo a Europa. ¿Alguno de vuestros compañeros va acaso en misión hacia Shang-Hai? El venerable superior se caló los lentes, y hojeando un ámplio registro en letra china, murmuró así: Quinto día de la décima luna. , el padre Anacleto va a Tien-Tsin, a hacer una novena. Duodécima luna, el padre Sánchez para Tien-Tsin también, a explicar el catecismo a los huérfanos.

Creo que tiene visitas respondió el paje . Unas señoras.... ¿Qué señoras? Don Anacleto encogió los hombros con mucha gracia y sonrió. Don Fermín vaciló un momento, dio un paso atrás; pero en seguida volvió a adelantarlo y abrió una puerta de escape por donde desapareció.

De allí salió a los nueve años para el colegio «San Anacleto», que en aquel entonces dirigía en esta capital el culto educador Rafael Sixto Casado. Y fue en este colegio donde comenzó a sobresalir, siendo el primero en las clases y el ganador de todos los premios; donde comenzó a mostrar que no era aire lo que traía en la cabeza sino pensamiento y acción.

A un tal Anacleto que se las tiraba de muy fino y muy señorito, le llamaban Anacletus obsequiosissimus; a Encinas, que era de muy corta estatura, le llamaban Quercus gigantea. Olmedo era muy abandonado y le caía admirablemente el Ulmus sylvestris. Narciso Puerta era feo, sucio y mal oliente. Pusiéronle Pseudo-Narcissus odoripherus.

Cuando quería imitar, bajo la sotana manchada de cera, los acompasados y ondulantes movimientos de don Anacleto, familiar del Obispo creyendo manifestar así su vocación , Celedonio se movía y gesticulaba como hembra desfachatada, sirena de cuartel. Esto ya lo había notado el Palomo, empleado laico de la Catedral, perrero, según mal nombre de su oficio.

Excelente, excelente... Nuestro buen padre Gutiérrez le preparará una fiambrera superior... «Amén», hijo mío. «In Deo omnia spes...» Al día siguiente, montado en una mula blanca del convento y acompañado del padre Anacleto y el padre Sánchez, descendí del convento al repique de las campanas.

La presencia del Provisor interrumpió el juego. Los familiares se pusieron de pie y uno de ellos hermoso, rubio, de movimientos suaves y ondulantes, de pulquérrimo traje talar, perfumado, abrió una mampara forrada de damasco color cereza. De lo mismo estaba tapizada toda la estancia que se vio entonces y que atravesó De Pas sin detenerse. ¿Dónde estará, don Anacleto?

La lista era larga, porque no hacía mucho tiempo que había habido cambios, renovación y trasiego de empleados; pero no faltaba un oficial en el personal que tuviese algunas noticias biográficas de todos los nuevos. «Don Anacleto Pérez», decía, por ejemplo, la lista. ¿De dónde ha venido éste? preguntaba el Conde. De la Coruña contestaba el oficial. ¿Es casado? Es soltero.