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En Inglaterra, metrópoli de los Estados Unidos, cuentan autores ingleses sobre treinta mil brujos y brujas ajusticiados; víctimas del fanatismo han perecido allí reyes y reinas, y mártires tan gloriosos como Tomás Moro. Lutero, Calvino y Knox sólo pedían libertad religiosa cuando estaban en minoría. En Escocia aún se quemaban brujas en el siglo pasado.

No sólo con miradas y gestos provocativos les quemaban la sangre, sino también con picantes indirectas y con insultos groseros les ponían en el trance á cada instante de perder la paciencia y experimentar una nueva y vergonzosa derrota. Pero el más insolente, el más provocativo, el más fachendoso de todos era Toribión de Lorío.

Algunas mujeres quemaban al pie de la cuesta montones de hojarasca, y un perfume rústico, mejor que el incienso, sahumaba deliciosamente el contorno. Ramiro recordó sin quererlo sus amores con la sarracena. Cuando hubo llegado a la Puerta de San Vicente, díjole al paje que esperara en aquel sitio, mientras él iba a situarse frente a la muralla del Norte.

Y se marchó, bruscamente, después de guardar el papelucho en su cartera de cuero. Parecióle a misia Casilda que, vestidita como estaba, la habían zambullido de cabeza en agua fría, porque daba diente con diente, como quien tiene tercianas, a la vez que llamaradas de fuego le quemaban la cara. ¡Esteven fiador de Quilito! ¿De qué manera había el joven obtenido esta firma? ¿directamente?

Eran simples socios, por un interés recíproco. Los animales-plantas picaban como ortigas; todos los monstruos sin coraza huían del veneno de sus órganos urticantes; las briznas de su cabellera quemaban como alfileres de fuego. De este modo, el humilde paguro inspiraba terror á las fieras gigantescas de la profundidad, llevando sobre el dorso su torre coronada de formidables baterías.

Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas, pero como no le quemaban, no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza, viola pintada de diablos, volviósela a poner, diciendo entre : -Aún bien, que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan. Mirábale también don Quijote, y, aunque el temor le tenía suspensos los sentidos, no dejó de reírse de ver la figura de Sancho.

Este tono de protección, tan impropio del estado de ambos, chocó extraordinariamente a Salvador; pero su asombro y alarma subieron de punto cuando Navarro, después de tener un rato las palmas de las manos sobre la lumbre, fue hacia su hermano, y poniéndole sobre el rostro una de aquellas manos que quemaban como plancha de hierro, le dijo pausadamente: Deja que acabe esta gran campaña, y luego veremos.

El alma era Dios, era el ídolo, y se le quemaban perfumes; el cuerpo era el diablo, y se le apedreaba, cuando no se le achicharraba vivo.

Firme en mi decisión, escribí a la Compañía, pregunté en el puerto si algún barco zarpaba hacia la costa de España y me metí en un vapor que iba a Bayona. Recuerdo que hacía un tiempo de agosto, pesado, horrible. Los ojos se quemaban contemplando las playas arenosas, las dunas amarillentas, los estanques rodeados de pinos y la reverberación del mar.

El Sol brillaba de tal modo que sus rayos quemaban la hierba. El Rey se abrasaba de calor y decía que quería ser cómo el hermoso astro. 25 Y el ángel descendiendo del Cielo le dijo: ¡Que tu deseo sea satisfecho! Y el Rey fue transformado en Sol, y sus rayos se derramaban sobre la tierra, abrasando las hierbecillas y haciendo brotar el sudor del rostro de los Reyes.