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Cayeron enfermos casi todos sus compañeros, que llegaban á sesenta, porque se marearon con extraordinaria inapetencia y fastidio de la comida; á que se siguieron otras enfermedades, de que murieron ocho de los Jesuitas, como dije en la vida del P. Caballero, que pasó también á Indias en esta ocasión.

Oliverio es el único, quiero suponerlo, que se ha obstinado hasta última hora en sus sistemas y en sus preocupaciones. Había señalado, ya lo recordará usted, el enemigo mortal a quien temía más que a ningún otro: puede decirse que ha sucumbido en un duelo con el fastidio. ¿Y Agustín-? le pregunté. Es el solo sobreviviente de mis mejores amigos. Está al final de su carrera.

Conocía jóvenes ricos, sin otras aspiraciones que cambiar ocho veces de traje todos los días. Otros iban en automóvil por las calles, sin rumbo determinado, parándose ante una casa para subir de nuevo en el vehículo y seguir la marcha, como huyesen del fastidio que iba tras ellos.

Comía solo o en compañía de su hospedero, el señor Princetot, un hombre de rostro sonrosado, de mirada llena de malicia y cuya conversación giraba invariablemente sobre los vinos que almacenaba en su bodega, para revenderlos luego lo más caro posible a los pequeños comerciantes de la montaña. En esa gris y tristísima sinfonía del fastidio, daba la hospedera una nota única de color y de alegría.

Entre tanto, Lisboa se arrodillaba a mis pies. El patio del palacio estaba constantemente invadido por la turba; desde las ventanas de la galería contemplaba a veces, en mis horas de fastidio, blanquear las pecheras de la aristocracia, negrear las sotanas del clero y relucir el sudor de la plebe. Todos venían a suplicar con frase abyecta, una pequeña participación en mi riqueza.

¡Porque los compré!... ¿Y para qué los compraste? Por no ser menos que . Bueno, contesta: ¿dónde están?... Ricardo los guardó, pero yo no dónde. ¡Qué fastidio!... ¡José! dijo Lorenzo alzando la voz. ¿Señor? Hágame el servicio de ver en nuestro dormitorio... o por ahí... si están unos diarios... y tráigamelos. Don Ricardo los guardó en el baúl, señor... pero se llevó la llave.

Aquí hizo un alto Neluco y se quedó mirándome fijamente como en espera de mi contestación. No tardé en dársela. Todo ese cuadro que acaba usted de trazarme le dije , me enamora y me seduce... como pintado en un papel. Mas quiero dar por supuesto que es la pura realidad. Ya tengo en mis manos el remedio contra el fastidio de unos cuantos días... de una buena temporada, si usted quiere. Corriente.

Lo que no esperaba es que llegaran sus desalientos al extremo a que, por lo visto, han llegado... Pues mire usted, señor don Marcelo: ni por cortesía siquiera le aconsejo a usted que, para distraer su fastidio, se largue enseguida de Tablanca; consejo que, o yo no leer fisonomías o es el que más había usted de agradecerme.

La República, el Cantonalismo, el golpe de Estado del 3 de enero, la Restauración, tantas formas políticas, sucediéndose con rapidez, como las páginas de un manual de Historia recorridas por el fastidio, pasaron sin que llegara a nosotros noticia ni referencia alguna de los dos hijos de Tomás Rufete.

Ahora bien, el único mérito de aquellos días de puro fastidio era el grado de más o de menos en los movimientos de vida que sentía en .