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Las grandes copas de los castaños aún no estaban vestidas del follaje que ostentan en el verano. Los rayos del sol, pasando al través de sus ramas descarnadas, bebían el agua fresca que formaba charcos entre el césped. Obdulia no paró hasta llegar al talud guijarroso que servía de margen al río.

Aunque niño, y sin poderme dar cuenta profunda de aquel solemne momento de mi vida, lloré amargamente abrazado de su cuello; sentí su último calor vital con un íntimo estremecimiento de dolor, estreché sus manos descarnadas, me miré en sus ojos apagados y permanecí mucho, mucho tiempo a su lado, sollozando y enjugando mis lágrimas.

En todos los huecos de la peña había depositados gran número de restos humanos. ¿Quién los había colocado allí? ¿De qué raza procedían? Preguntas son estas que cada uno de nosotros formulaba en su interior, buscando una contestación en las descarnadas cuencas de los amarillos cráneos. El silencio y la muerte nos rodeaba en aquella misteriosa Necrópolis.

Los hombres de ciencia, Ben Zayb, ¿sabe usted lo que que son? dijo el franciscano con voz cavernosa sin moverse casi en su asiento y gesticulando apenas con las descarnadas manos.

Y luego que se acercó tomándole una mano entre las dos suyas amarillas, descarnadas, exclamó mirándola con fijeza terrible a los ojos: ¡Me muero, hija, me muero! ¿No es verdad que lo sientes?... ¿por lo menos que no te alegras? ¡Oh, mamá! que no te alegras insistió con ansiedad sin apartar su mirada de los ojos de la joven. ¡Mamá, por Dios! exclamó ésta aturdida y aterrada a la vez.

Ayela en silencio reza, y las leves cuentas pasa de un rosario de marfil con sus manos descarnadas, y á pesar de todo, hermosas, que cual al frio del alma, en convulsion persistente se agitan, y apénas bastan á sostener del rosario la ligerísima carga. Una candela en un nicho con su luz rojiza baña del reducido aposento las paredes blanqueadas, que, si aparecen desnudas, por su limpieza resaltan.

Entonces el enfermo, tembloroso y lívido, cruzó las descarnadas manos, humilló la cabeza sobre el agitado pecho, y con una voz que parecía salir del fondo de una sepultura, respondió a las palabras del sacerdote: Averte faciem tuam a pecatis meis: et omnes iniquitates meas dele.

Está rodeado de altas y descarnadas montañas que forman un anfiteatro en el cual la superficie tranquila del agua forma el redondel. Nos asomamos por uno de los peñascos que lo circundan. La soledad de aquel sitio es aterradora y oprimió mi corazón.

Más adelante encontramos una jaula donde un condenado extendía, a través de los barrotes, las manos descarnadas, implorando una limosna... Después Sa-Tó, mostróme respetuosamente una plaza estrecha: allí, sobre pilares de piedra, se veían pequeñas jaulas conteniendo cabezas de decapitados, goteando sangre espesa y negra. ¡Oh! exclamé fatigado y aturdido.

Con la osadía del cortesano corrido, llegó a apoderarse de una de sus manos y a retenerla entre las suyas. Sorprendiose al observar que la niña no la retiraba. Era una mano de virgen, maciza y fría, un si es no es grande, pero perfectamente torneada: le hizo recordar las de la generala, largas y descarnadas y siempre ardorosas.