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Por todas partes se ven casitas pintorescas y blanqueadas, destacándose en perspectiva detras de las bóvedas y grutas aéreas de los árboles, ó ramadas de trapiches, despidiendo su sabroso olor de miel; y miéntras las mujeres hilan, hacen bordados ó tejidos, ó fabrican petaquillas, canastos y esteras de graciosos colores, los chicos juegan y saltan en grupos caprichosos á la sombra de los árboles, sobre un suelo limpio y parejo, ó trepan como ardillas á perderse entre el follaje de los mangos y naranjos.

Enfrente de la mesa, un banco conventual y tres sillas desvencijadas, para los clientes que esperaban audiencia. Las paredes blanqueadas con cal, el piso ladrillado y sucio. ¡Qué falta hacían allí unas escupideras! Tenía mejor aspecto el gabinete de Castro Pérez. Paredes, piso y techo iguales a los de la otra pieza.

A los lados se destacan graciosas casas campestres en gran número, cubiertas de paja, pulcramente blanqueadas y rodeadas de jardines y huertos perfumados. Detras agitan sus copas de un verde oscuro las moreras, salpican el campo los simétricos viñedos, ú ondean como lagos de verdura los entables de trigos, dominados á veces por las flotantes espigas y las rubias cabelleras de las cañas de maiz.

En primer término está la barranca rojiza que domina al Magdalena, salpicada de barracas de pescadores, de las mas extrañas formas; después el caserío, compuesto de dos calles rectas, con 40 ó 50 casitas de paja muy blanqueadas, todas separadas y á la sombra de una multitud de cocoteros, mangos y naranjos; detras de la faja gris oscura de la selva tupida, y en último término las lejanas serranías occidentales que separan al Estado de Antioquia del inmenso valle del Magdalena.

El sol, casi oculto tras larga nube cenicienta, bañaba de dorado rubor la llanura, las colinas, las casuchas blanqueadas del vecino arrabal de Antequeruela. La tarde era lúcida y benigna. Un olor de tierra humedecida llegaba de la Vega. A esa hora, más de una mano morisca abría las acequias para embeber los regadíos. La figura de Aixa apareció de pronto al borde del brasero.

La modesta iglesia de paredes blanqueadas y llenas de una lepra de vejez mal disimulada por unos cuantos cuadros de colores violentos que hacían pensar en el verso de Coppée: Si fuese así, con todo, el Paraíso...

Todas las partes del cuadro que se presenta en conjunto a la mirada, preocupan de tal modo el pensamiento, que hay que pasar largo tiempo antes de conseguir poner en orden las sensaciones que se experimentan y de distinguir los detalles; allá abajo, donde acaban el Jura y Francia, un lago que en su inmensidad presenta el aspecto de un mar; sobre sus bordes las campiñas románticas del país de Vaud, los paisajes agrestes del Valais, las ásperas soledades de la Saboya; confundiéndose con el horizonte, y tan vasta como él, la cadena de los Alpes, cuyas innumerables cúpulas se agrupan sobre la semicircunferencia del cielo, diversas de formas, de carácter, de fisonomía, de color, pero todas afectando al fuego del sol el brillo de los diferentes metales; las unas resplandecientes como la plata pulimentada; las otras, según el efecto de las sombras que se proyectan sobre sus contornos, mates como el plomo o brillantes como el acero bruñido, con reflejos azules o violados; otras, en fin, tan deslumbrantes, cuando el sol poniente las inunda, que se diría que son masas de hierro blanqueadas a la fragua. ¡Aquel día el sol se ponía con tanta magnificencia y en un cielo tan puro!

Así precipitadamente, ocultó donde mejor pudo una espuerta de monedas recién blanqueadas, tomó capa y sombrero, y, armándose de una carabina, se arrojó por un tejado á un solar inmediato.

En la actualidad no hay ni un solo mueble en dichas celdas; y como, por otra parte, carecieron siempre de toda ornamentación arquitectónica sus lisas paredes, blanqueadas con cal á la antigua española, la revista que nosotros les pasamos habría sido muy corta, si recuerdos históricos y consideraciones de una mansa y cristiana filosofía no nos hubieran detenido largo tiempo en cada estancia.

Hay escaleras que empiezan y no acaban; vestíbulos o plazoletas en que se ven blanqueadas techumbres que fueron de habitaciones inferiores. Hay palomares donde antes hubo salones, y salas que un tiempo fueron caja de una gallarda escalera.