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La soga del ahorcado, decía David, ata de pies y manos al tentado en la tentación más urgente, para no torcer de la ley: Funes peccatorum circumplexi sunt me & legem tuam non sum oblitus. Pues porque no esperaremos también que las memorias del brasero, que consumió relapsias de judaismo han de deshacer en humo las tentaciones todas contra la Fe?

Mat. 17. v. 2. 3. Y aquí fue donde le constituyó el Padre Supremo Inquisidor General de los Hombres, mandándonos que le oyéramos: Ipsum audite v. 5. ¿Y qué habíamos de oir sino aquella formidable voz y sentencia que tanto le hizo temer y pasmar al Profeta? Domine audivi auditionem tuam & timui Habac.

Seguíalos grave y mesuradamente un anciano, cruzados los brazos sobre el pecho a la manera de los orientales, precedido por un muchacho que agitaba de cuando en cuando una campanilla. Se oía por intervalos, y a pesar de las ráfagas del huracán, la voz tranquila y sonora del anciano, que decía: Miserere mei Deus, secundum magnam misericordian tuam.

Y el clérigo ha levantado los ojos al cielo y ha dicho: ¡Dios lo habrá acogido en su santo seno! Suscipe Dómine, servum tuam in locum sperandoe sibi salvationis a misericordia tua. Y Azorín añade: ¡Ha vuelto al alma eterna de las cosas!

Según refiere el erudito escritor del Diario de Lima, en los números del 4 y 5 de octubre de 1791, hubo procesión de penitencia, sermón sobre el texto de David: Exurge, Domine, et judica causam tuam, constantes rogativas, prisión de legos y sacristanes, y carteles fijando premios para quien denunciase al ladrón.

Entonces el enfermo, tembloroso y lívido, cruzó las descarnadas manos, humilló la cabeza sobre el agitado pecho, y con una voz que parecía salir del fondo de una sepultura, respondió a las palabras del sacerdote: Averte faciem tuam a pecatis meis: et omnes iniquitates meas dele.