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Hojeda no se casa prosiguió la señora, por no abandonar su vida de solterón egoísta. ¿Quién le quita a él de dar su paseíto por la mañana en el Retiro, su sermoncito por la tarde en las Calatravas o en la Encarnación, sus toros o novillos los domingos, etc., etc.? Sepamos lo que está comprendido en esas etcéteras, D. Facundo manifestó el coronel. Hojeda le miró con ira, y no contestó.

A la clase no se va para aprender sino para no tener la raya; la clase se reducía á hacer decir la leccion de memoria, leer el libro y, cuando más, á una que otra preguntita abstracta, profunda, capciosa, enigmática; es verdad que no falta el sermoncito ¡el de siempre! sobre la humildad, la sumision, el respeto á los religiosos y él, Plácido, era humilde, sumiso y respetuoso.

La inesperada resolución de Jacobo causó en el auditorio sensación profunda, y cuando el tío Frasquito anunció que el héroe pensaba marchar a Biarritz quizá al día siguiente, dos personas, Diógenes y Currita, no pudieron contenerse... Levantóse el primero y fuese derecho al tío Frasquito como si quisiera pegarle, y la segunda, sin que denunciase su violenta ira más que una extraña vibración en su dulce vocecita, comenzó a vomitar injurias y vituperios contra la marquesa de Sabadell, su muy amada prima, con gran pasmo de Villamelón, que recordaba todavía el sermoncito sobre el amor de la familia que había escuchado aquella mañana.

Quilito, con la cara muy afligida, dijo que los había gastado en muchas cosas, en muchísimas cosas, en libros, por ejemplo... Bien está, le prestaría los dos pesos, pero con la condición que no había de tirarlos de mala manera. Y mientras el joven intentaba hacerla dar unas vueltas de vals, en señal de regocijo, ella le espetaba el sermoncito con que solía sazonar sus dádivas.

Pero, en fin, hoy la tantearemos otra vez. Como quiera que sea, su sermoncito no hay quien se lo quite. Y por si viene pronto... quedamos en que de diez a once... debes marcharte ya, no sea que te pille aquí. Después de un rato de silencio, la Delfina dijo con resolución: «Yo no me voy». ¡Hija, qué me dices!... ¿Estás loca? Yo no me voy. Me esconderé en la alcoba. Quiero oír lo que diga...

Y le hacía un sermoncito sobre este tema, con tanta conviccion y entusiasmo que Basilio llegaba á sentir simpatías por el predicador. El P. Irene prometía ademas procurarle un buen destino, una buena provincia, y hasta le hizo entrever la posibilidad de hacerle nombrar catedrático. Basilio, sin dejarse llevar de las ilusiones, hacía de creer y cumplía con lo que le decía la conciencia.

Los que estáis robustos os figuráis que no podéis enfermar jamás, pero cuando menos lo pensáis os viene el latigazo encima. Voy á preparar el calmante que el médico ha recetado. Ten cuidado de no sacar los brazos fuera. Gracias á Dios, eso no será nada. No tengas aprensión. Desapareció después de pronunciar este sermoncito, que el mayordomo encontró delicioso.

Ahora, que la lección le sirva de escarmiento y que haya su sermoncito con espantos para arreglar a él la conducta venidera, ya es distinto, y hasta me parecería muy al caso; pero, esto ¿qué le quita a usted ni qué le pone? Leto, con la cabeza baja, se atusaba las barbas, miraba al suelo sin ver lo que tenía delante de los ojos, y no daba señales de convencerse.