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Consistía esto en que tenía delante de un sobrino á quien no conocía, y del cual en toda su vida sólo había tenido dos noticias dadas de una manera tal que bastaba para meter en confusiones á otro menos receloso que el cocinero del rey.

Dijo esto último sonriendo con tal hombría de bien, que Maximiliano se llenó de confusiones. No sabía qué contestar, y sentía que se le apretaba la garganta. Despidiose D. Evaristo, dejando al pobre chico en tal grado de aturdimiento, que durante muchos días hubo de revolver en su mente indigestada los dejos de aquel coloquio que tuvo con el respetable anciano, en una noche fría del mes de Marzo.

Geysers de Islandia comparados con los de Maglagbong. La tierra de las maravillas. Nombres y apellidos. Confusiones. El libro de vitácora de Legaspi. Caracteres físicos del agua de Tiui.

Explicar esto con claridad conveniente, a fin de evitar confusiones y argumentos fundados en mala inteligencia, sería tarea larguísima, y la dejo para otra ocasión en que venga a propósito y pueda yo extenderme.

Juan Montiño, que se había descubierto respetuosamente dejando ver por completo su simpático y bello semblante y su hermosa cabellera rubia, sacó en silencio de un bolsillo de su jubón el brazalete real de que se había apoderado y que en tantas confusiones le había metido, y le entregó á la dama. ¡Ah! exclamó ésta tomándole con ansia.

Y haciendo un puchero, miró a través de sus lágrimas tan ansiosa y miserablemente a doña Guiomar, que ésta, no embargante los amargos cuidados en que estaba, sintió por él lástima. Fuese el familiar, y doña Guiomar quedose toda confusiones, toda temores, toda celos, toda amargura.

No nos entendemos repuso llena de confusiones, y mortificada por la observación tenaz de doña María . ¿Vendrás todas las noches? Aquí es preciso mucha cautela. Para respirar necesito pedir la venia a la señora. Ten prudencia, Gabriel; también D. Diego nos mira.

Esto originaba grandes confusiones, y durante el gobierno del general Urbistondo si no estamos equivocados, se dispuso que los indios adoptaran apellidos, y al efecto se mandaron por provincias extensas relaciones de aquellos para que escogiera cada cual el que más le agradase.

Y en efecto, para perder el juicio era lo que a Cervantes le acontecía; que por más que él hubiese confiado en su hasta entonces buena fortuna con las mujeres; por más que grato asombro y anhelo hubiese visto en las miradas y en el semblante de doña Guiomar, cuando pasajeramente se la había aparecido, habíale puesto en grandes cuidados y confusiones el considerar que una dama tan principal y tan rica, como doña Guiomar lo parecía, y tan celestialmente hermosa, y tan en el tiempo, por su lozana juventud, de los amorosos y soñados deseos, tener debía quien la sirviese y enamorase, y tal vez tratado de casar con ella estuviese, máxime viviendo en la populosa y opulenta Sevilla, patria y asiento de tanto rico, noble y galán caballero; allí donde todo, el cielo y la tierra, el sol ardiente y la hermosura y la frondosidad de los árboles, y las limpias aguas, a amar convidan.

Muchos de su familia, y hasta él mismo, así como otros de la antigua nobleza mallorquína, tenían algo de judaico en el rostro. La pureza de las razas era una ilusión. La vida de los pueblos residía en el movimiento, gran engendrador de mezclas y confusiones... Pero ¡ay, los orgullosos escrúpulos de familia! ¡La separación creada por las costumbres!...