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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Ya en la calle, misia Casilda no supo adónde ir; estaba tan quemada de la conducta de Gregoria, que se asombraba de su propia paciencia: cómo había soportado en silencio el par de bofetadas con que la obsequió al entrar, sobre todo aquel ahora te acuerdas, que llevaba más filo que un puñal florentino; y luego el aire, la cara, el tono, cual si le debieran y no le pagaran... ¡Valiente papelón había hecho, y todo para salir como rata por tirante! ¡Qué candor el suyo de creer que iba a conmoverse Gregoria con solo verla, que iba a sentirse tocada en el corazón ante aquel acto de nobleza!

ESCIPIÓN. ¡Qué mujeres, Dios mío! Toda paciencia es poca para soportarlas. ESCIPIÓN. ¿Cómo? CLEOPATRA. ¿Palabra de honor de que nos dejáis irnos? ESCIPIÓN. ¡Ya lo habéis oído! CLEOPATRA. ; mas podría ser que no lo dijerais en serio. ESCIPIÓN. Completamente en serio. CLEOPATRA. Y si nos decidimos a irnos, ¿nos cogeréis de nuevo?

Sus descubrimientos en Italia han venido a confirmar mis recelos. Pero usted va a seguir consejo, Mabel. Al principio, por lo menos, debe armarse de paciencia y sufrirlo insistí, cavilando, entretanto, si su odio se debería a que tal vez sabía que era el asesino de su padre. Su antipatía contra él era violenta, pero no pude descubrir qué razón tenía para ello.

Amará á su marido. ¿Por qué no ha de amarle? Vamos, señora dijo el P. Jacinto ya con la paciencia perdida: no amará á su marido, porque su marido es feo, viejo, enfermizo y fastidioso.

La insistencia pertinaz que mostró Pedro Lobo en volver a verla, exacerbó este odio, agotó su paciencia y le hizo perder los estribos.

-Yo me reportaré -respondió Sancho-; pero, ¿con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces?

Que en esta mirada se advertía un soberano desdén no hay para qué decirlo, y que este desdén se hallaba perfectamente justificado, tampoco creo necesario demostrarlo. ¿Cómo ha de sufrir con paciencia, verbigracia, la hija de un auxiliar de la clase de primeros, que la de uno de la clase de cuartos pasee y disfrute de la vista del mundo en el mismo paraje que ella?

La choza de piedra se convirtió para ella en un dulce nido acolchado con el plumón de la paciencia; y en el mundo que estaba más allá de aquella morada, tampoco conoció miradas severas ni responsos. A pesar de la dificultad de llevarla al mismo tiempo que el hilo y el tejido, Silas la conducía casi siempre consigo cuando tenía que ir a las granjas.

Circunspecta por carácter y posición, no hablaba nunca más que para responder con breve urbanidad a las preguntas que se le dirigían, y obedecía, si no con paciencia, al menos con calma imperturbable las con frecuencia mortificantes órdenes y tiránicos caprichos de la baronesa: un imperceptible vertical pliegue entre los dos arcos de sus cejas, que se acentuaba algunas veces bruscamente, podía sólo dar testimonio de la secreta repugnancia que le causaba su casi servil situación.

O fementida seta de Mahoma, Ancha, lasciva, poco escrupulosa, Con qué facilidad los simples doma! Mandasme, buen Aurelio, alguna cosa? Dios te guie, Francisco, ten paciencia; Que la mano bendita poderosa Curará de tu hermano la dolencia. Entra SILVIA. vas, Aurelio, dulce amado esposo? A verte, Silvia, pues tu vista sola Es el perfeto alivio á mis trabajos.

Palabra del Dia

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