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7 a los cuales Jasón ha recibido; y todos éstos hacen contra los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús. 8 Y alborotaron al pueblo y a los gobernadores de la ciudad, oyendo estas cosas. 9 Mas recibida satisfacción de Jasón y de los demás, los soltaron.

40 Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. 41 Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre de Jesús. 42 Y todos los días no cesaban, en el Templo y por las casas, enseñando y predicando el Evangelio de Jesús, el Cristo.

No obstante, las trageron al dia siguiente, 13 de Mayo, y en el pueblo, habiéndose quedado encerradas en su claustro las mugeres, que llaman recogidas, como viesen las llamas, y sospechasen lo que era, golpearon fuertemente las puertas, y al cabo los del lugar las soltaron, y los de San Angel las llevaron á su pueblo.

Supongo que ese Mane thecel phares, ¿no querrá decir que seremos asesinados esta noche? dijo don Custodio. Todos se quedaron inmóviles. Pero pueden envenenarnos... Soltaron los cubiertos. La luz en tanto principió á oscurecerse poco á poco. La lámpara se apaga, observó el General inquieto; ¿quiere usted subir la mecha, P. Irene?

Los criados soltaron al loco y se dieron a correr desapareciendo del comedor. #Amor que se extingue.# Los amores de Raimundo estaban presos por un hilo. En los últimos tiempos, Clementina, enteramente embargada por su anhelo de triunfo y venganza, apenas hacía caso de él. Veíanse a menudo, porque el joven no dejaba de frecuentar la casa; pero sus citas amorosas eran cada día más raras.

Soltaron ellas la risa, creyendo que había tropezado; pero al ver que no se movía, acudieron; llegose también el sereno, le echó a la cara la linterna, y entonces vieron que tenía un ataque. Húrgale por aquí, húrgale por allá, y el buen señor como cuerpo difunto.

Un ¡ya! general, preñado de extrañas e intencionadas inflexiones, se escapó de todos los labios, y la Albornoz, abriendo cándidamente los ojos, dijo con su suave vocecita: Pues a no me han convidado hasta el presente... Las señoras soltaron el trapo a reír, y dijeron todas al mismo tiempo: Ni a ... Ni a ... Ni a ...

Recuerdo que en una de las muchas salidas un genovés levantó el brazo y lo agitó como amenazándonos. Diez de nuestros muchachos le soltaron en el acto otras tantas flechas, y cuando descubrimos después su cadáver se vió que tenía ocho de ellas clavadas en el antebrazo.

Al cabo de algún tiempo dio un grito y Tristán le vio sin sombrero. ¡Qué! ¿también a usted? dijo sin poder disimular su satisfacción. Pero el caballero presentó su sombrero diciendo con sorna: No; yo he sido más listo que usted y he podido atraparlo en el aire. Las señoras, que se hicieron cargo de la broma, soltaron la carcajada y aun exageraron un poco su risa.

Y cuando se hubieron saciado las soltaron y se alejaron riendo, mientras ellas, sacudidas por una violenta cólera, agarraban del río enormes pedruscos y se los lanzaban con una fuerza que sólo la indignación y la vergüenza pueden prestar. Desaparecieron al cabo de su vista por detrás del espeso matorral de mimbreras y avellanos. Quedaron las zagalas un momento inmóviles.